Cada día hay que hacer un poco más que el día anterior

Kris Durden

No podía mantenerme en silencio por más de dos minutos y eso me había dado un cuerpo de campeón, pero también algo mucho más valioso que terminó por abrirme muchísimas puertas en la vida.

Ya se veía venir desde las clases de educación física de la secundaria. El profesor era bastante agradable, pero también sabía cómo hacernos sufrir con la calistenia. De hecho algunos de nosotros creíamos que antes de dar clases releía algún libro como «Torturas Medievales» para salir más inspirado y ponernos actividades físicas más rigurosas. Era un profesor que no discriminaba, pues le exigía lo mismo a todos, hombre y mujeres por igual. Siempre terminaba las clases antes y comúnmente nos dejaba una hora andar libres por el patio, pero habíamos unos pocos que no siempre podíamos disfrutar de ese privilegio, pues nos la pasábamos toda su clase platicando, riéndonos y medio haciendo los ejercicios. El profesor no perdía su paciencia y muchas veces hasta se reía con nosotros, pero eso sí, al final de la clase ya tenía reservadas algunas torturas para nosotros. Mientras los demás disfrutaban de la hora libre nosotros estábamos tomado introducción al crosfit. A pesar de todo nosotros no perdíamos el buen humor y terminábamos por hacer de esos ejercicios llaves de lucha libre o golpes especiales que más adelante utilizaríamos en nuestro imaginario ring. Al final el profesor terminaba por mandarnos a jugar al patio de atrás, pero en su rostro mostraba una sonrisa incrédula porque, después de todo, no nos había podido rendir.

Tal vez unos meses más tarde, Paco (uno de mis más grandes amigos y maestro de vida) comenzó a impartir clases de box y artes marciales. En realidad yo no tenía interés por cualquier deporte, pues prefería mirar caricaturas y comer doritos salsa verde acompañados de un buen delawere punch, pero Paco era un ser muy particular, pues a pesar de ser un año más chico que yo, parecía, en todos los aspectos, mucho más grande (y más consciente que los adultos que yo conocía). Físicamente aparentaba andar en los veintitantos, cuando en realidad sólo teníamos 15 años (él tal vez tenía 14) y andaba siempre en pláticas muy profundas y filosóficas. Leía bastante y siempre que lo veía llevaba consigo un libro diferente (y o veía casi diario). No decía groserías y tampoco tiraba basura en la calle; si veía que alguien lo hacía hasta lo imposible por corregir esa conducta, y hubo veces que lo vi corregir a los adultos. Se salió de su casa a los 15 años. A los 16 ya había visitado Cuba y Puerto Rico. Hoy con el internet tal vez eso sea más normal en un adolescente, pero en mi época eso no se veía ni en las personas mejor educadas. A lo que voy es que misteriosamente comenzó a aparecer los fines de semana a las 7 de la mañana dispuesto a que saliera a entrenar con él y créanme que nunca aceptó un «no» por respuesta.

Me encantaba salir desde temprano, pero no quería mover un dedo. Paco no sólo era más paciente que el Profe de educación física, también era más constante y más inteligente, así que siempre encontraba la forma de hablar de algo que me interesaba, me mantenía riendo o hablando. Al final de los entrenamientos, que llegaban a durar dos hasta tres horas, siempre me encontraba sorprendido por haber aguantado tanto. Con el tiempo muchos más amigos se nos unieron y llegamos a ser un grupo realmente numeroso. Durante todo ese tiempo fui el que los hacía reír para que perdieran la concentración. Me encantaba contar chistes y hacer repelar a Paco, y él respondía con ejercicios extras que me ponían los brazos a temblar, pero esto no me doblegó hasta mucho tiempo después. Durante todo ese tiempo Paco no sólo nos regaló paciencia, resistencia y constancia, sino también una filosofía de vida. Cada día, desde que comencé a entrenar con él, había subido gradualmente el ejercicio. Cada día había dado un por lo menos un paso más que el día anterior y no lo noté hasta mucho tiempo después.

Cuando me convertí en adulto me di cuenta de que ahora salía a correr solo y hacer algunas de las formas básicas del wushu. Ya no entrenaba cuatro horas diarias, como hacía con Paco en los últimos días, pero dentro de mí sabía que si quería lo podría volver a hacer. Esta mentalidad no se limitó a la resistencia física, sino que me di cuenta de que en todos los aspectos podía lograr más. Que no había nada imposible, pero que cualquier cosa que me propusiera iba a llevar tiempo y eso iba a requerir de mí muchísima paciencia, resistencia y constancia.

Hoy, cada día trato de hacer un poco más que el día anterior. A veces es algo pequeño como un paso más y otras tal vez sea algo más grande como un nuevo proyecto, no sé. Lo importante es saber que no puedes hacer menos que el día anterior y que esto, tarde o temprano terminará por llevarte más lejos de lo que puede imaginar.
No te rindas nunca, pues lo mejor está por venir.

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