En equilibrio con el niño interno

Kris Durden

Kris DurdenPor la mañana tenía un dolor muy intenso en la mandíbula y supe que este trabajo me estaba destrozando los nervios. Todo el día estaba pegado a un monitor que mirando números en tiempo real. Mi trabajo era mantener esos números lo más altos posible y esto comenzó a destrozarme los nervios y no porque tuviera un jefe detrás de mí, sino porque siempre había sido muy duro conmigo mismo en cuanto a cualquier tipo de responsabilidad que me adjudicara, así que hice uso de toda mi creatividad y recursos para levantar esos números. Al principio fue divertido, como cualquier persona que ama su trabajo me encantaba mantenerme al borde de la silla para contemplar cómo una dinámica tras otra iban funcionando, pero eventualmente se comenzó a crear una adicción y poco a poco fui pidiendo más y más, hasta que llegué al punto de despertar por la mañana y prender la computadora de mi casa para poder mirar esos números una vez más. Después de estar ocho horas trabajando en la oficina, regresaba a toda prisa a casa para poder conectarme y seguir viendo los números. Experimenté con dinámicas en la mañana, en la noche y hasta en la madrugada para encontrar los horarios perfectos y sin darme cuenta estaba terminando con mi vida personal; sabía que lo hacía, pero no podía detenerme. Ahora tenía mucho dinero, pero nada de tiempo para gastar ese dinero. A penas y charlaba con mi novia y menos con mis amigos, pero no me importaba, porque si los números del monitor estaban a la alza, yo estaba bien, pero si los números bajaban yo estaba por los suelos. Así continuó la cosa hasta esa mañana, donde después de despertar, abrí mi celular con la aplicación instalada para ver los números en tiempo real y al sentir un fuerte dolor en la mandíbula comprendí que esto se me estaba saliendo de las manos. Me analicé y me di cuenta de que mi rendimiento ya no era el mismo. Ya no tenía las mejores ideas, ya no reía si no era por cortesía, ya no hacía ejercicio y lo peor de todo es que ya no leía y mucho menos escribía. Estaba acabando con mi vida y mis sueños por una adicción a los números. Decidí que por la tarde me daría un tiempo para mí, pero cuando llegó la tarde ya no pude escapar a la pantalla con los números. El siguiente día sería mi día, pero hice lo mismo, lo pospuse. Así pasaron algunas semanas más hasta que un sábado decidí que tenía que ir por algo que me ayudara a poner mi mente en otra cosa que no fuera el trabajo. Salí y anduve caminando un rato hasta que me topé con una tienda de videojuegos. ¡Eureka! Nada mejor que un videojuego para distraer la mente, porque necesitas poner toda tu atención en él para completar los retos que cada vez se vuelven más difíciles y adictivos. Entré y pedí una consola portátil con un par de sus juegos más adictivos. Pagué una fortuna, pero en realidad no me dolió, pues había trabajado tanto sin salir a divertirme que tenía bastante ahorrado.

Comencé por Pokémon y recordé gran parte de mi infancia, pero con mejores gráficos. Mi niño interno se deleitó a tal grado que seguí jugando hasta tres meses después y después seguí con Donkey Kong Country Returns. En todo ese tiempo el cambio en la calidad de mi trabajo fue asombroso. Tenía más energía y más ideas. Seguía mirando el monitor con números, pero ya no vivía obsesionado y saben qué… Los números aumentaron muchísimo más desde que decidí relajarme un poco.

Desde ese día y en todos los trabajos en los que he formado parte siempre busco la forma de integrar a mi niño interno y hacerlo parte todo, porque descubrí que gran parte de mi fuerza y creatividad proviene de él. Aún tengo muchas metas por alcanzar y un sueño enorme por realizar y sé que si encuentro el equilibrio con él, sé que no habrá imposibles.

Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquéllo que desea… Paulo Coelho

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