La lección que nos deja el ataque en el bar Pulse de Orlando


Pulse_OrlandoNunca antes había quedado más claro que vivimos en mundo lleno de contrastes, en el que la percepción de la realidad de un grupo de personas es completamente diferente a la de los demás. Lo que para algunos es blanco, otros lo ven negro, verde o morado con puntitos amarillos.

En teoría, la diferencia de opiniones debería ser vista como una oportunidad para entablar diálogo y lograr puntos de acuerdo. En vez de ello, hemos adoptado una cultura meramente fundamentalista en la que sólo unos cuantos son poseedores de la verdad absoluta y el resto del mundo está mal por no querer admitir su error.

Lamentablemente esta intransigencia ha dado paso a un estilo de vida basado en el odio. Sí, odiamos todo aquello que no comprendemos, que no se ajusta a nuestras creencias o la forma en la que hemos sido educados. ¿Quieres un ejemplo claro de ello?

Este fin de semana, Estados Unidos vivió el peor tiroteo masivo de su historia, toda vez que un joven abrió fuego en el club gay Pulse, en Orlando, Florida, matando a 50 personas e hiriendo a otras 53.

El atacante, quien murió a manos de las autoridades, se llamaba Omar Mateen y tenía 29 años. Se trataba de un ciudadano estadounidense de 29 años, de padres afganos y que ya había sido interrogado en dos ocasiones por el Buró de Investigaciones Federales (FBI, por sus siglas en inglés), en 2013 y 2014, por sus presuntos vínculos con el Estado Islámico y por hacer “comentarios incendiarios a un colega”.

De acuerdo con las autoridades de Florida, Mateen llegó al bar Pulse alrededor de las 2:00 horas, tiempo local, armado con una pistola semiautomática de 9 milímetros, un rifle de asalto AR de calibre .223, y “algún tipo de artefacto” adherido a su cuerpo. Cabe señalar que las armas fueron adquiridas de manera legal en el territorio estadounidense.

Más allá de la religión que profesaba Mateen, queremos retomar las palabras que pronunció su padre, Mir Seddique, en una declaración por video. El hombre aseguró que su hijo era un “muy buen niño” y que desconocía la razón que lo llevó a perpetrar la masacre; pero que Omar creía que la “homosexualidad era castigada por Dios”. Además de que “ignoraba que su hijo tuviera tanto odio en su corazón”.

Para muchos, las acciones de Mateen dieron muestra de su homofobia, otros tantos aseguran que fueron el resultado de sus creencias religiosas; sin embargo, para nosotros fue un crimen de odio. Sí, de odio por todo aquello que no alcanzaba a comprender y que no se ajustaba a lo que creía correcto.

El problema es que, aunque lo sucedido en Orlando es una verdadera tragedia, los crímenes de odio ocurren todos los días y en cualquier parte del mundo. En las escuelas, oficinas, centros de entretenimiento, y hasta en casa.

Nos hemos empeñado en creer que los otros son los villanos de la historia, que no hemos podido ver que es nuestra intolerancia lo que está haciendo del mundo un lugar realmente violento.

Más allá de si se detiene o no a los cabecillas de los llamados “grupos terroristas”, valdría la pena analizar a fondo si la respuesta a todos estos problemas no es más sencilla y accesible: respeto. No tienes que comprender, ni estar de acuerdo con lo que tu vecino, hermano o compañero de oficina cree o piensa, sólo debes respetarlo.

En la medida que nuestros hijos, y nosotros mismos aprendamos a respetar, el mundo será un mejor lugar para vivir.


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