El momento que más vergüenza me ha traido

Kris Durden

kris-DURDEN-1000X525-2017Sentía en los testículos el aire soplando frío y húmedo. El cielo se había nublado y aunque ya había llovido horas antes, no tardaría en llover de nuevo. No sólo se avecinaba una tormenta, sino que también la noche estaba por caer, y eso era lo que yo más quería. Que la noche me cobijara y que la lluvia ahuyentara a los posibles mirones para que nadie me viera desnudo de la cintura para abajo.

Sólo era un niño de seis años que había ensuciado sus calzoncillos, y me encantaría decir que había pasado por no querer entrar a los asquerosos baños de la primaria pública con los índices más altos de pobreza, pero realmente no recuerdo por qué fue que eso me pasó. Sólo pasó.

Recuerdo que volteaba una y otra vez a las ventanas de los departamentos que miraban a nuestro patio trasero. Las revisaba de reojo esperando que siguieran vacías. Pero ese no era mi mayor temor. La verdadera pesadilla era el enorme espacio que existía en la enorme puerta de metal que daba a la calle y el piso a desnivel.

Yo mismo había asomado la mirada para ver por qué mi mamá se demoraba tanto en abrirme la puerta. Realmente se podía apreciar todo el patio desde ahí. Con certeza, cualquiera que asomara la mirada por ahí, se encontraría a un regordete niño, tallando su ropa interior en el lavadero, desnudo de la cintura para abajo.

Con cada tallón dejaba que se fuera un poco de mi paranoia, y me repetía que terminaría la tarea a la que estaba obligado, sin que nadie me viera.

Conforme me fui relajando los lapsos en los que mi mirada nerviosa recorría las ventanas de los edificios y la puerta que daba a la calle se fueron haciendo más y más prolongados.

Llegó el punto en el que había decidido no voltear y terminar lo antes posible, pero un sonido a mis espaldas me detuvo en seco. Era agudo y convulsivo. Lo había escuchado tantas veces antes que antes de que volteara ya sabía perfectamente de lo que se trataba. Estoy seguro de que me temblaron las piernas y la sangre abandonó mi rostro.

Cuando giré, los vi.

Bajo la puerta centellaban un par de ojos morbosos e implacables. Burlones y maliciosos. Antes de que pudiera surgir un solo sonido de mi boca se sumaron más ojos. Estos estaban acompañados de risitas.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, creí que desaparecerían avergonzados por haber sido atrapados en un acto detestable, pero lo que pasó fue lo contrario; ahora las risas se descararon y esta vez no pude contener el golpe de emociones como la ira, el miedo y la traición. Todo se desbordó en un grito que deseaba sonara furioso y dolido, pero resultó ser muy agudo.

–¡MAMÁ!

Los ojos no se intimidaron ante el grito y llevé mis manos a mis genitales para poder cubrirlos. Cerré los ojos con fuerza deseando que desaparecieran, pero cuando los abrí seguían ahí, riendo ahora más fuerte. No pude contener las lágrimas nacidas en la ira y la impotencia. Di dos pasos con mis pies descalzos, en dirección a la puerta y gritando con lo que me quedaba de aire grité:

–¡¿QUÉ?!

En ese momento la puerta de la cocina se abrió. Salió mi mamá y no pude hablar, pues me había quedado sin aire. Señalé debajo de la puerta, pero las miradas se habían ido.

No sé si vio a las niñas, pero yo sabía perfectamente quienes eran… Y ellas me conocían a mí.

Desde ahí todos mis recuerdos se vuelven confusos.

Tengo imágenes de ella metiéndome a la casa, y la sensación de impotencia porque no salió a buscar a las niñas para decirles que no contaran nada a nadie, o para advertirles que les diría a sus padres que estaban fisgoneando debajo de las puertas de las demás personas, pero simplemente las dejó ir. Quedaron impunes.

Hoy, al recordar aun siento mi mandíbula tensarse y mis dedos ponerse fríos.

No me da vergüenza nada de lo que he hecho, pues sé perfectamente por qué lo hice cuando lo hice. No me avergüenzo ni de la etapa en la que abusé del alcohol y del tabaco, pues sé qué lo motivó y lo más importante es que supe superarlo.

Pero este recuerdo, realmente me causa mucha vergüenza y mucho pesar.

Esta vez no pretendo ayudar a nadie con esta historia. Sólo quería contarlo esperando que esto me ayudara… Pero no sé si realmente lo ha hecho.

La vergüenza viene en ayuda de los hombres o los envilece.

Hesíodo

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