El sentido del tacto y el sentido de la vida

Kris Durden

Kris DurdenEn ese momento la oscuridad parecía absoluta, pero más adelante, pasando mis manos por encima de su ropa descubriría que no lo era tanto.

Un momento antes estábamos en la sala muriendo de risa por los castigos que pensábamos entre todos para el pobre incauto que la botella girando vertiginosamente sobre el piso señalaba como el elegido. Ya habíamos pasado de los clásicos «échate una de fondo» o «un licuado con 5 cosas que encontremos en el refrigerador». En nuestra mente ociosa y cada vez más demandante habían surgido ideas como «que se encuere y salga a la calle a gritar: ¿No sienten que hace calor aquí?» o «que se vista de mujer y que salga a la tienda a comprar huevos, con la excusa de que le hacían falta». Pero al fin, sin ideas y más borrachos que cansados, llegó el momento de «dale un beso de piquito a Lucy», «beso francés con Ximena» y por fin el «5 minutos a oscuras en el cuarto, con Jessica».

Entramos casi a empujones a la habitación y en el último instante, antes de cerrar la puerta un amigo me señaló demandante:

–Si sale y dice que no hicieron nada –Me miró directo a los ojos sin bajar su dedo incriminador–, el castigo será doble… Y no sé si me baste con un licuado de sobras.

La puerta se cerró tras nosotros y no supe cómo comenzar, pues independientemente de que muchos chicos querían estar cerca de ella, salir con ella, besarse con ella… A mí realmente me gustaba.

No quería cometer un error que distanciara su hermosa sonrisa de mis habituales chistes y bromas. No quería dejar de ver esos hermosos braquets con ligas verdes, pero al mismo tiempo quería sentir la humedad de sus labios mezclándose con los míos. Quería sentir el tacto de mis dedos acariciando su rostro. Quería sentir el calor de su delgado y estilizado cuerpo cerca del mío. Quería…

En la oscuridad sentí una mano delgada y delicada contra mi pecho, y no pude contener un respingo. Ella emitió aquel antiguo seseo con el que todo mundo indica guardar silencio, y yo la imaginé sonriendo en la oscuridad. Se acercó a mi oído y dijo susurrando:

–Este momento es nuestro y no quiero compartirlo con ellos.

Las palmas de las manos me sudaron y agradecí que no quisiera que hablara, porque habría escuchado mi voz temblar.

Luego vinieron un montón de sensaciones.

En esa completa oscuridad, sentí sus labios con los míos y descubrí que había una mezcla de temperaturas. Un momento eran cálidos y al siguiente eran frescos. Luego vino el sabor de su boca, que era completamente distinto a cualquier cosa que hubiera probado, pero no era desagradable como en mi primer beso.

Exhaló y respiré el aire de sus pulmones, pensando que algo que había estado dentro de ella ahora se encontraba dentro de mí.

La tomé firme por la cintura y la acerqué a mí para sentir su cuerpo y sobre nuestra ropa sentí sus senos, que no eran grandes, pero a mí me parecían perfectos. Sentí su estilizado vientre contra al mío y esas curvas comenzaron a nublar mi juicio.

Me percaté de que sus manos subían tímidas por mi espalda hasta llegar a mi cuello donde se cerraron con trabajo, por mi altura y por lo ancho de mi espalda.

Cambiamos de posición y ahora yo la puse contra la puerta y continué besándola, pero de pronto me apartó un poco y sentí miedo de haber arruinado todo lo que pudiera haber entre nosotros. Escuché cómo puso el seguro a la perilla.

Encontramos la cama a tientas y nos sentamos en ella para seguir con los besos, conscientes de que en cualquier momento alguien tocaría a la puerta y nos regresaría a la realidad del juego plagado de trampas y bromas pesadas, pero pasaron los minutos y nada.

Yo sabía que teníamos que avanzar o detenernos, así que comencé a explorar por encima de la ropa parte de su cuerpo. El percibir su delgada complexión debajo de su ropa hacía a mi corazón dar vuelcos.

En ese momento abrí los ojos y descubrí que una delgada línea de luz se colaba por debajo de la puerta y nos dejaba ver detalles difusos de nosotros. Ella también lo notó y nos quedamos viendo unos segundos. Estábamos fascinados con todo lo que el tacto nos había regalado en aquella casi absoluta oscuridad.

La miré sonreír y esta vez hice lo que siempre quise al verla reír. Le besé como si el tiempo me la fuera arrebatar para siempre. Así sería y así fue.

Hoy, todavía me gusta cerrar los ojos y sorprenderme con el tacto del viento recorriendo los vellos de mi piel, o levantar el rostro para sentir las diminutas gotitas que preceden a la lluvia. A veces salgo un momento al atardecer y me siento a mirarlo, pero también cierro los ojos y descubro la danza de contrastes entre los tibios rayos del sol y el frío viento nocturno. Descubrir que todas esas sensaciones me hacen sentir vivo. Me deja pensar que el mundo, sin importar qué, también es un lugar hermoso.

«Algunas personas fascinan con el beso, la palabra y un tacto que excita hasta la materia más ciega. Son seres humanos que palpitan con la vida sin permitirse descanso…»
Elena Ochoa


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