Te amo y te odio – Test de violencia


Tere Díaz“Te querré siempre, y de no lograrlo – o de conseguirlo a medias -, te amaré y te odiaré por toda la eternidad”. A veces lo que prevalece en las relaciones de pareja no es el buen amor, sino la unión perenne, la permanencia a fuerzas y el pegoteo fatigoso. ¿Que esto te lleva a sufrir? Sí. ¿Que una vida de pareja así se puede gozar? Muy a ratos. ¿Que el verdadero amor es siempre felicidad? No. Pero hay de casos a casos: pienso, sólo para poner un ejemplo, en la inagotable relación de Mariana y Pablo – ambos profesionistas, cuarentones, y extrovertidos – quienes llevan viviendo juntos más de 12 años, y pasan de las más largas discusiones nocturnas, (con reclamos, llantos, desvelos) a la más apasionada encamada con queso, champagne y amanecer de cuerpos trenzados sobre el sillón de suede que han puesto en el salón recibidor. Pero ahora no hablaremos de ellos.

No hay duda que al inicio de cualquier relación amorosa mostramos nuestro lado más amable, a veces por temor a desilusionar a nuestra pareja, pero comúnmente como “paquete incluido” del enamoramiento que exalta de forma natural nuestras mejores actitudes y nuestros más loables sentimientos. La idealización mutua permite que el otro tome -de eso que dejamos a la luz- lo que necesita su propio ego enamorado, logrando así un “sube y baja” de gozos, suspiros y encantos, que facilitan el inicio de una relación.

Pero el tiempo va haciendo su tarea y los deberes y la convivencia continua –cuando no un hijo, una suegra o el pago de la hipoteca- desvanecen el idilio del comienzo y van poniendo al enamoramiento su punto final: donde lo que era pura alegría y cuidado mutuo, empieza a filtrarse el desencanto, el resentimiento y la frustración.

Esto es propio de toda pareja que transita el encanto del engolosinamiento mutuo, pero en el trayecto amoroso algunos llegan a edificar una relación que vale la pena y otros descubren, con menor o mayor frustración, que la pareja no marcha y que se aproxima la fecha de caducidad de la relación. En esta encrucijada hay quienes dan gracias por lo vivido y no sin cierto dolor terminan lo iniciado; pero existen algunos que se empeñan en recuperar a toda costa la gratificación del “papaloteo” inicial y en sostener de cualquier modo la relación.

Se puede amar y odiar al mismo tiempo.

El mundo afectivo se caracteriza por integrar una diversidad de emociones y sentimientos. Las emociones son un “radar” que capta los estímulos exteriores en el cuerpo, son reacciones básicas de supervivencia, mientras que los sentimientos pertenecen a la mente y dan cuenta del significado que damos a lo que acontece en nuestro entorno con base en un sistema de creencias familiar y cultural.

Nuestra estructura psíquica nos permite experimentar al mismo tiempo una gama contradictoria de afectos. Esta experiencia se torna compleja en tanto que la cultura ha categorizado las emociones como “buenas y malas” dependiendo del efecto placentero o desagradable que produce en nosotros y en los demás. Es por esto que como personas “civilizadas” nos hemos dado a la tarea de acallar aquellas experiencias afectivas que son “negativas”, capotearlas “como vayamos pudiendo” y mostrar sólo los sentimientos “lucidores y agradables”.

Cabe aclarar –por si queda alguna duda – que sentir lo que sea que sintamos no es ni bueno ni malo, de hecho son las acciones realizadas con dichos sentimientos las que sí conllevan un atributo moral. La vivencia de un espectro diverso y contradictorio de  afectos no es en sí un “problema” (si bien esta experiencia sostenida en el tiempo sí desgasta y confunde de manera particular), lo que sí complica su manejo es que su intensidad y frecuencia te lleven a reacciones y desmanes que tengan a la relación de pareja en una permanente “montaña rusa”. Una vida en común requiere de estabilidad, sensación de seguridad, frecuente disfrute y suficiente paz interior.

¿Qué caracteriza a las relaciones de amor y odio?

Las relaciones de pareja son complicadas siempre, de eso no cabe duda. Las discusiones, los malos entendidos y las dificultades son parte de cualquier relación, incluso de las amistosas o familiares. Tal vez sin esta complejidad no las valoraríamos tanto: sacan una parte de nosotros que se esfuerza, que se compromete y que busca más. Pero, cuando el goce y solidez no se experimentan con suficiente frecuencia en un intercambio amoroso, podemos hablar ya de un problema y algunas parejas se niegan a cuestionar o a terminar la relación, generando roces permanentes y sentimientos ambivalentes que llevan al desgaste.

Son muchas las conductas y experiencias que caracterizan estos tortuosos intercambios “amorosos”:

  • Altas expectativas de que el otro satisfaga las propias carencias.
  • Intención frenética de que el otro me entienda y de que el otro cambie.
  • Incapacidad de tolerar la frustración que se genera ante la imposibilidad de lograrlo.
  • Intensidad emocional que lleva a experimentar todo lo que ocurre como algo “de vida o muerte” al tiempo que da una sensación de estar vivos y unidos.
  • Alto nivel pasional y con frecuencia una sexualidad compulsiva sin importar su calidad.
  • Dificultad para sostener por tiempo suficiente las negociaciones acordadas.
  • Discusiones cada vez más frecuentes e intensas, así como dificultad para detenerlas.
  • Deseo de fusión que se ve frustrado y ansiedad ante la distancia del amado.
  • Atrapamiento ante la imposibilidad de dejar al otro.
  • Miedo de perder a la pareja.

Estas particularidades –que si bien se dejan sentir de manera tenue en cualquier relación amorosa- dan una sensación de equilibrio precario en las relaciones de amor y odio: alternándose momentos de cierto alivio y entusiasmo (cuando la pareja muestra interés y cercanía) y de ansiedad y furia (cuando se ven frustrados los propios deseos y necesidades). Una lucha permanente entre amor/comunión y odio/frustración.

¿Qué personas son más proclives a construir este tipo de interacciones?

Si bien todos  experimentar cierto grado de ambivalencia hacia una persona –hijos, padres, amigos, pareja-, algunas personas son más propensas a construir relaciones amorosas teñidas por esta permanente oscilación. Mencionemos diversos factores que predisponen a intercambios de amor y odio:

-Características temperamentales personales: sujetos que tienen personalidades intensas y tienden a experimentar vehementemente los sentimientos. Estas personas son particularmente sensibles a los estímulos del medio en general y a las señales que da su pareja en relación a ellas en particular. Hay quienes, además,  tienden -por su estructura de carácter- a fluctuar con mayor facilidad de estados de ánimo, lo cual acentúa la ambivalencia natural de toda relación. Con frecuencia estas personalidades son impulsivas y les cuesta trabajo reflexionar sobre el sentimiento que experimentan, actuando de manera casi automática como reacción a sus emociones básicas.

Es importante señalar que existen patologías bien descritas que generan específicas dificultades para cualquier interacción social y que –en caso de no ser tratadas adecuadamente-  dificultan o bien imposibilitan la construcción de relaciones estables. Podemos mencionar entre otras los trastornos limítrofes, el trastorno bipolar en todas sus variantes, el trastorno narcisista de la personalidad, entre otros, los cuales rebasan las complejidades de un temperamento intenso y hacen no sólo complicada sino sumamente lastimosa una relación.

-Dependencia emocional: en ocasiones la intensidad conductual, más que ser producto de un temperamento como el descrito, da cuenta de una cualidad personal de necesidad y apego. Personalidades con apegos infantiles ansiosos o inseguros, es decir, personas que en su infancia fueron criadas por cuidadores o padres que no pudieron hacerles sentir confianza, que los atendían pero al mismo tiempo expresaban ambivalencia en el afecto que sentían por ellas, personas que se sintieron siempre amenazadas de ser abandonadas, o bien fueron abandonadas de hecho. Tienden a tener dificultad para sentirse seguras y confiar en su pareja, demandando que las confirmen en exceso y apegándose enfermizamente para adquirir certeza en la relación.

El miedo perenne a la pérdida lleva a la desconfianza constante, al chantaje emocional, a la manipulación, las culpas y las acusaciones perennes, generándose como efecto la contradicción entre la necesidad de la presencia amorosa que genera una sensación de bienestar (“amor”) y la frustración de nunca lograrlo en su totalidad (“odio”).

-Creencias idealizadas sobre el amor: mucho daño nos ha hecho pensar que el amor todo lo puede y todo lo soporta. Las ideas románticas sobre la experiencia amorosa como sentimiento sublime, siempre grato, lleno de entrega incondicional, hace poner en la persona amada excesivas expectativas de satisfacción personal. El amor humano es limitado, más en una época en que la vida individual y el desarrollo personal son la constante de una sociedad que promueve y requiere de personas autónomas (con carreras profesionales propias, posibilidades de movilidad dada las necesidades del mercado, capacidad de autonomía física y emocional). A esto suma el impacto de un mundo posmoderno en el que no existen verdades absolutas ni modelos únicos de vida, lo cual en el plano amoroso se refleja en la búsqueda de esquemas de pareja únicos – tejiendo a punta de “acierto y error” – que más favorezcan la funcionalidad de cada relación particular.

Quizás la idea de “para siempre” a costa de lo que sea es una de las más dañinas en la vida amorosa. Lograr una relación para toda la vida pueda traer bienestar y seguridad a algunas parejas, pero si el costo de lograrlo va en detrimento de la integridad personal y de la fluidez de la relación, habría que cuestionar tal intención.

Presos de una cultura que favorece la fantasía del amor total, sospechamos que las personas que se relacionan de manera equilibrada, pausada y respetuosa, no se quieren ni se importan de verdad; pareciera que la madurez emocional y la autonomía se consideran egoísmo, indiferencia o falta de sensibilidad por la pareja. Hoy, el amor no puede ser “el único proyecto de la vida” como antes lo era, sobre todo en el caso de las mujeres que no tenían otra forma de sobrevivir. Es por ello necesario construir proyectos personales satisfactorios a los cuales la vida de pareja se sume, pero sin esperar de ella todo el sentido de vida y la  única fuente de realización personal.

-Influencia familiar: la forma en que entablamos relaciones – ya sea por elección, reacción o imitación – tiene que ver con la forma en que fuimos criados en nuestra familia de origen. Lo que vivimos en casa en nuestros primeros años de vida deja una impronta que nos hace sentir “en casa” con cierto tipo de intercambios e interacciones. Tendemos a repetir patrones aprendidos en la infancia y a establecer relaciones similares a las que vivimos con nuestros cuidadores primarios.

Si tenemos conciencia de que nuestros padres normalizaban las relaciones de amor y odio, es probable que consideremos que tal forma de vincularnos es normal y minimicemos el desgaste que produce; incluso podemos creer que no tener ese tipo de convivencia es por falta de verdadero amor. Desafiar las historias y pautas de conducta de nuestros ancestros es condición indispensable para la autonomía personal, la madurez emocional y la mejor elección de pareja.

-Contexto de cierto aislamiento o de recuperación: generalmente atribuimos a nuestra historia y a nuestro carácter las razones de nuestros apegos extremos y, sin duda, como lo hemos dicho, sí hay algo de eso. Sin embargo hay situaciones particulares y contextos en los que las relaciones amorosas son sustentos de “sobrevivencia” que permiten hacer transiciones importantes en la vida: experiencias de inmigración, de enfermedad, de duelos lastimosos. ¿Cómo criticar elecciones que permiten atravesar momentos de crisis como los mencionados? Quizás lo cuestionable es sostenerlas cuando la crisis ha pasado y la pareja está lista para decir adiós.

Los seres humanos hemos devenido en la especie que somos gracias a nuestra naturaleza gregaria y a nuestra capacidad solidaria. Sin duda la vida de pareja antaño tenía más que ver con la reproducción, producción y sobrevivencia que con el amor. Hoy, dos personas inicialmente unidas por el atractivo mutuo, el gusto por estar con el otro y el amor, pueden poco a poco y sin dar cuenta, construir agendas diferentes, emergidas de necesidades y momentos particulares en la vida de cada uno. Pasado el tiempo, estas agendas requerirán de la pareja o una actualización de la relación (de ser posible) o un agradecer lo vivido y un buen adiós.

Amor o adicción  

¿Por qué es tan difícil romper las relaciones de amor y odio? Quizás a estas alturas de la lectura te darás cuenta que la complejidad de estos vínculos no hace tan sencilla su disolución. Muchas personas – como Mariana y Pablo a quienes citamos iniciando este texto – vienen a mi consultorio por problemas resultantes de una relación de amor y odio extrema; es común escucharlas decir “me estoy ahogando en esta convivencia pero sin ella no podría vivir”, “una parte de mí sabe que no puedo seguir así pero no sé como terminarlo”.

Cognitiva – impide la creación de amores constructivos. Siguiendo a Riso, pienso que este tipo de vínculos genera una especie de adicción afectiva que tiene efectos potentes en la “subida y bajada” de las emociones experimentadas por las personas. La presencia del otro, “sustancia adictiva”, da una temporal sensación de plenitud existencial o de sobrevivencia en situaciones de carencia y reto extremo.

ellos, mayor dificultad para soltar una relación contradictoria y desdichada. De la ternura a la agresión puede haber una distancia pequeña cuando se vive en esta ambivalencia y si bien la pareja aporta algún sentido a la vida, las interacciones fluctuantes sostenidas llevan al cansancio, a la desesperación y en muchos casos a la violencia.

¿Sobrevivencia o violencia?

En ocasiones este tipo de relaciones se tornan violentas ante la imposibilidad de sostenerlas constructivamente o de terminarlas de forma civilizada. Cuando la gracia de cierta intensidad emocional se transforma en desgracia relacional, pueden aparecer episodios abusivos: desde indiferencia, burlas e ironías, hasta maltrato emocional y físico. Sobra decir que sostener en el tiempo un amor de este tipo no sólo impide la comunicación y el disfrute mutuo, sino que termina minando la libertad e igualdad para dar entrada a la posesión, el control, la amenaza, los celos, la asfixia, el empobrecimiento para ambos, todos efectos del trato violento.

La situación se complica cuando el equilibrio del poder en la pareja se pierde o bien nunca ha existido: la persona que tiene más privilegios – ya sea económicos, educativos, sociales, de género – tendrá mayor posibilidad de someter a la otra, quien se sentirá en desventaja de resistir el embate e, incluso, de dejar la relación. Lo que un día fue amor puede transformarse en un apego traumático matizado de indefensión y temor a la represalia ante la huida. De hecho quien tiene más poder en la relación puede hacer creer al miembro con menos prerrogativas que sus deseos, intereses o necesidades, o no tienen importancia o no podrán ser satisfechas fuera de la relación. Eso cuando no está la franca amenaza a su integridad física o mental si decide abandonar el vínculo.

Huir o perseverar

 ¿Cómo saber si la relación es suficientemente mala para terminarla o bien hay algo que hacer aún por ella? Existen indicadores que dan cuenta de que una relación aporta más estrés que bienestar:

  1. Empiezas a dudar de las percepciones que tienes en relación a lo que pasa en tu vida de pareja.
  2. Tienes más momentos de estrés que de tranquilidad.
  3. La relación amorosa te cierra más opciones –sociales, de intereses, de diversión, de trabajo, de aprendizaje- de las que te abre.
  4. Comienzas a creer que eres tú el único culpable de lo que pasa.
  5. Los sentimientos de ternura hacia el otro se tornan cada vez más en deseos de revancha, incluso de venganza.
  6. Confundes los actos abusivos del otro –controlar, perseguir, aleccionar, cuestionar, celar- con actos de cuidado e interés hacia ti.
  7. Son cada vez menos los momentos de disfrute con tu pareja.
  8. Tus sueños e intereses se ven truncados, pospuestos o imposibilitados.
  9. Te sientes más débil, cansado y limitado que al inicio de tu relación.
  10. Las interacciones con tu pareja te hacen sentir infantil e inmaduro.

Si tienes 5 o más de los síntomas de los aquí mencionados será difícil lograr mejorar tu vida de pareja sin ayuda externa, más si tu pareja no está dispuesta a hacer la parte que le corresponde para transformar la interacción. Seguramente has hecho intentos diversos para salir de este círculo vicioso, no tiene caso que sigas haciendo más de lo mismo pues con ello, lejos de que ocurra algo diferente, incrementarás las recaídas. Las buenas relaciones son para disfrutarlas y las malas para terminarlas, así es que a buscar ayuda eficaz y darte un tiempo razonable para valorar el cambio, o “pajaritos a volar”.

Test violencia

  1. ¿Controla tu forma de vestir?
  2. ¿Cuestiona tus amistades y te quiere alejar de ellas?
  3. ¿Hagas lo que hagas se va a enojar contigo?
  4. ¿Corrige con frecuencia tu formas habituales de ser y actuar? (de hablar, de comer, de educar a los hijos, etc.)
  5. ¿Te pone apodos que no te gustan?
  6. ¿Revisa tu teléfono, tus mails, incluso tus cajones?
  7. ¿Temes que te golpee?
  8. ¿Con frecuencia te insulta?
  9. ¿Te obliga que hagas cosas que te desagradan en el ámbito sexual?
  10. ¿Te culpa de sus problemas?
  11. ¿Obstaculiza que realices actividades que te gustan?
  12. ¿Te acusa de infidelidad?
  13. ¿Controla situación a través del dinero?
  14. ¿Delega en ti actividades femeninas o masculinas sin negociar por el simple hecho de ser mujer u hombre?
  15. ¿Insiste en que renuncies a genuinos intereses y anhelos por amor a él/ell?
  16. ¿Amenaza con dejarte ante cualquier incidente que le molesta?
  17. ¿Te ha jaloneado, empujado o golpeado?
  18. ¿Te intimida con quitarte a los hijos si es que los tienen?
  19. ¿Ha roto o maltratado cosas de tu propiedad?
  20. Y tras todo esto… ¿Pide disculpas, te hace regalos y promete que todo cambiará?

Tere díaz

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