La historia del abuso sexual no es reciente. Tristemente el tema es ancestral. Desde las imágenes de los cavernícolas jalando del cabello a las mujeres, pasando por el “derecho de pernada” que autoproclamaban los señores feudales en la edad media para tener la primera relación sexual con las doncellas casaderas del feudo; las culturas donde un hombre puede desposar varias mujeres; la falta de derechos de ellas para demandar y condenar a los agresores cuando son brutalmente golpeadas o violadas por sus padres, hermanos, primos y por supuesto sus parejas; hasta la indignante tasa de feminicidios y casos de trata de personas. Y esto no es viejo, lo vemos en las noticias todos los días. Sobre todo, ahora que el tema se ha puesto no en la mesa, sino en las redes y ya están empezando a llegar a los juzgados. Ojalá y lleguen más.
El abuso sexual tiene una gama de manifestaciones como son miradas, gestos, sonidos, palabras, insinuaciones, toqueteos y por supuesto penetración y coito forzado. Y aunque la gama va de menos a más ninguna de ellas debería de existir. Y no debería de existir porque se supone que vivimos entre seres humanos, no entre bestias. Las bestias se dejan dominar por sus instintos, los más primitivos. Se dejan llevar por sus arranques y por sus ciclos de reproducción. Por otro lado, al ser humano se le dotó de mente, la cual se supone debería usar. Pero una mente se modela con algo llamado valores entre los cuales se encuentra la prudencia, la compasión, la bondad, el amor. Eso es lo que en la escala evolutiva nos hace convertirnos en verdaderos seres humanos.
Sin embargo, aplicando su libre albedrío, hay quien decide convertirse en bestia con un arma que carga y que usa para abusar de los frágiles o débiles. Porque no solo es el caso con mujeres que tristemente encabezan las estadísticas sino de niños, ancianos, homosexuales y algunos hombres que no se salvan. Nadie merece ni se ha ganado vivir algo así. Esos estúpidos argumentos de “se lo buscó”, “se viste así para llamar la atención”, “me provocó” y así, son solo pretextos para esconder una absoluta falta de consciencia humana.
Un abuso o una violación van más allá de un tema sexual, es un tema de poder. Un abuso total de autoridad de aquel a quien se le hace sentir poderoso. Las relaciones, el dinero y todo lo que éste puede comprar le permite al poderoso amenazar, agredir y comprar consciencias. Ahí tenemos a “poderosos” como Trump, Harvey Weinstein, Kevin Spacey, Bill Clinton por mencionar a algunos famosos pero todos los días en una empresa, en una oficina, en una casa, en el parque, en un taxi hay alguien con un arma que no duda en usar para lastimar y dejar una huella que no habrá tiempo, terapia, llanto y apoyo que ayude a borrar. Las víctimas no se recuperan de ello, aprenden a vivir con la vergüenza, humillación y asco. Sin embargo, hoy reconozco y admiro a aquellas que se han atrevido a hablar; aunque en su momento el miedo y amenaza del abusador no les permitió levantar la voz porque seguro nadie les iba a creer.
Levantemos la voz, hablemos de eso, señalemos a los agresores y eduquemos a nuestros hijos a ser humanos y no bestias.
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