Uno de los problemas que afectan de manera brutal a nuestros jóvenes y que a todos nos preocupa es el del consumo de drogas y alcohol. Lejos de disminuir, el problema ha crecido al grado de convertirse en un reto de salud pública y las autoridades encargadas de enfrentar las adicciones en la juventud o cualquier otra etapa, y no han logrado los resultados que esperaban.
La Encuesta Nacional de Adicciones 2014, que es la más reciente disponible porque aún no se difunden los resultados de la realizada en 2016, reveló que 17.2 % de los alumnos de secundaria y bachillerato dijeron haber consumido alguna vez una sustancia de este tipo, mientras que dos terceras partes de quienes consumen drogas, fuman mariguana.
El consumo de sustancias en los estudiantes del sector mencionado fue de 18.6% para los hombres y de 15.9% para las mujeres. La adicción sigue siendo más frecuente en los hombres, aunque la distancia se ha reducido, al registrarse que por cada seis mujeres hay siete varones adictos.
La marihuana es la droga de mayor demanda, seguida de las drogas de uso médico como tranquilizantes, anfetaminas y opioides. También los estimulantes como las anfetaminas tienen índices altos de consumo. Los solventes e inhalables ocupan el último lugar de la lista.
En lo que se refiere al alcohol, se considera “consumo excesivo” cuando se ingieren 5 copas o más en una sola ocasión. Con esos parámetros, la encuesta encontró que hay “consumo excesivo” en el 2.4% de los alumnos de 5º y 6º de primaria, el 8.6% en secundaria y el 24.2% en bachillerato.
El aumento en el consumo de alcohol y sustancias ilícitas avanza en México, sobre todo entre los jóvenes y para nadie es un secreto que las adicciones se han convertido en los últimos tiempos en un verdadero dolor de cabeza para nuestro país.
El consumo de drogas comienza en promedio entre los 19 y 24 años de edad, aunque ocurre antes en hombres (19) que en mujeres (23). La edad de inicio, según el tipo de drogas, es de 17 años en el caso de solventes e inhalables; de 18 para la marihuana, 22 para la cocaína y 28 para drogas de uso médico.
Este panorama nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo para proteger a nuestros jóvenes de las drogas y sus consecuencias físicas, psicológicas y legales. La atención temprana es la mejor opción para quien se inicia en el consumo de drogas, pues de esta forma las probabilidades de éxito son mayores.
El incremento de la tolerancia social a las drogas tiene efectos dramáticos porque propician el consumo y por tanto las actividades ilícitas que lo favorecen.
Como padres y como sociedad que busca legar un mejor futuro a las nuevas generaciones nuestra participación es obligada. Enseñémosle a nuestros jóvenes que las adicciones no son el resultado del fracaso, sino el temor al triunfo en la vida.
El primer paso de una buena relación con los hijos es la comunicación, saber escuchar y ver más allá de las palabras.
Hablar con los hijos de por qué son importantes valores como la honestidad, la confianza en sí mismo y la responsabilidad, y la forma en que los valores ayudan a las personas a tomar mejores decisiones.
Para poder hablar con nuestros hijos sobre los riesgos del consumo de alcohol y drogas debemos informarnos. Cuando se ofrece información real, se gana autoridad.
Debemos reconocer que las acciones de los padres afectan al desarrollo de los valores de sus hijos, ellos copian el comportamiento de sus padres. Ponemos malos ejemplos cuando fumamos o bebemos.
Es importante ser congruentes que nuestros actos coincidan con nuestras palabras, decirles que algo es malo y hacerlo nosotros debilita nuestra crediblidad. Los padres también se equivocan y es importante reconocer cuando así sucede.
Finalmente, cada familia pone sus normas y castigos, lo que verdaderamente importa es que la autoridad se ejerza con amor. No hay vacunas contra las adicciones en la juventud o cualquier otra etapa, sólo los valores y normas familiares, una buena relación entre padres e hijos y una comunicación abierta e informada, reducirán las posibilidades de que nuestros caigan en esta trampa.
Ximena Sandino