La culpa es un sentimiento universalmente humano. A reserva de tener un carácter psicopático –y no sentir remordimiento alguno cuando se obra mal–, la culpa hace su aparición cuando lo que hacemos no corresponde a lo que pensamos que deberíamos hacer, es decir, cuando nuestras acciones no están a la altura de alguna norma. Cuando la culpa experimentada es funcional, nos ayuda a resolver problemas, a cuidar de nosotros mismos y de los demás, así como a reparar daños de acciones equivocadas. Sin embargo, la culpa puede tornarse disfuncional cuando añade sufrimiento innecesario a la vida.
Nuestro comportamiento se rige por un código interno, generalmente formado años atrás con la influencia de nuestros padres y educadores primarios; este código está constituido por normas que operan consciente e inconscientemente en nosotros. Una vez incorporado este código moral se establece en nuestro funcionamiento un “sistema” que garantiza su cumplimiento: cuando alguna norma ha sido transgredida se activa una señal para regular la conducta “inadecuada”: esta señal es el sentimiento de culpa.
Parece que uno de los territorios más lleno de deberes irracionales, de creencias idealizadas y de mandatos incumplibles es el territorio del amor y la pareja. Generalmente, se espera del amor y del amado cosas insostenibles, basadas en normas “sobre humanas”, que generan no solo sacrificios insostenibles sino también efectos lastimosos en las relaciones amorosas. Sin duda, una culpa adecuada nos permitirá conservar el cuidado de nuestra pareja, evitarle sufrimientos innecesarios y respetar las diferencias, pero la culpa irracional y tiranizante tiene más que ver con prejuicios y temores que con principios bien fundados. Creer que el amor todo lo puede, todo lo soporta, y que tiene que durar eternamente al costo que sea, puede llevar a sostener relaciones destructivas o muy pobres. Así que cuestionar lo que es el amor humano, y dejar atrás creencias románticas idealizadas (e irrealizables), sería un primer paso para poner a la culpa en su justo lugar.
Por otra parte, la conducta “culpígena” en ocasiones esconde detrás un enojo: la rabia reprimida puede generar sentimientos de revancha y desquite poco asimilados, pero al no ser expresados por temor a que la pareja nos rechace, o por miedo a lastimarla, la reprimimos convirtiéndose en culpa que paraliza. Es lógico que como pareja queramos agradarnos mutuamente y temamos el rechazo de nuestro ser amado, pero no externar nuestras necesidades e intereses por temor a perder la relación puede generar una frustración avasalladora que tengamos que acallar transformándola en culpa. La culpa entonces genera remordimientos y una sensación de “no merecer”, de ser malas personas porque podernos comportarnos de manera cruel.
Una culpa desproporcionada se manifiesta en conductas de extrema ansiedad, temor, y duda permanente. Una culpa insidiosa impide vivir en el presente y disfrutar los regalos cotidianos de la vida. Lidiar con una persona culposa es un gran peso emocional pues implica un tipo de contención irracional que no le corresponde a la pareja cargar: es la persona que lo experimenta quien lo debe trabajar. Nunca podremos convencer a la pareja de que algo “es bueno o malo” si ella misma no recorre el camino del cuestionamiento personal y de la construcción de su propio código de valores. Las culpas no resueltas pueden sabotear los proyectos de vida de pareja: “no merezco a alguien tan bueno”, “tengo que hacer demasiados sacrificios para poder disfrutar de este amor”, “si no soy una persona perfecta me pueden abandonar”. La culpa es una carga demasiado pesada para quien la experimenta, y también para el compañero de vida, pues de algún modo le hace sentirse responsable del bienestar del otro y le sobrecarga en algo que no puede ni entender ni resolver.
Cualesquiera sean nuestros defectos y errores, no son únicos, ni muy diferentes a los de los otros. Siempre tenemos algo especial que ofrecer a la pareja, pero para ello hemos de apropiarnos de los propios recursos para adquirir una seguridad personal y un actuar íntegro. Paciencia por lo tanto, que la elaboración de los sentimientos de culpa implican constancia y tiempo.