Era el más guapo del salón. Estábamos en la preparatoria y todas las mujeres lo admirábamos por su rostro perfecto. Era el único con el cabello rubio y los ojos azules. A muchas mujeres de ese tiempo nos gustaban los hombres ojos azules porque era lo que veíamos en las películas de Hollywood. Se sabía apuesto, pero no le gustaba tomarse fotos. Yo bromeaba con él y le decía que estaba demasiado guapo para salir en las fotos con los demás que estábamos feos. Siempre muy bien vestido, alto, inteligente. Lo tenía todo y aparte era un tipazo.
Salimos de la preparatoria y él se fue a estudiar la carrera a Monterrey. En vacaciones de semana santa de ese primer año de universidad, se vino a San Carlos, Sonora con sus amigos. Supongo que se divirtieron muchísimo, pero el último día tuvieron un fuerte accidente automovilístico. Sufrieron varios golpes, y afortunadamente todos sobrevivieron. Yo me enteré que él estaba en el Hospital ahí donde yo vivía, en Hermosillo, Sonora y fui a visitarlo. En mi mente pensé que me iba a encontrar al mismo de siempre, pero cuando entré a su cuarto del hospital, vi a una persona con un rostro deforme. Me impresioné muchísimo y sin querer me fui para atrás y caí sentada en un sillón que estaba ahí detrás de mi.
Ya que me repuse de la impresión, me levanté del sillón y logré platicar con él. Con el accidente se le había levantado toda la piel de la cara incluyendo la nariz y los cirujanos plásticos habían intentado pegarla de vuelta, pero estaba muy hinchado y parecía una cara parchada y deforme. Lo que más me impresionó fue ver lo tranquilo que estaba. Él se dio cuenta de que me había impresionado y me dijo:
“Solo perdí lo guapo, pero sigo siendo yo.”
Mi amigo siguió adelante con sus estudios, se graduó de una muy buena universidad, se casó con una linda mujer, tiene dos hijos y es muy exitoso y disfruta plenamente de la vida.
Al ver lo feliz que es mi amigo aún sin su belleza física, me pongo a pensar en tanta gente que basa toda su felicidad en lo de afuera, en la ropa, en los lujos, en el cuerpo perfecto, en la cara perfecta, y me pregunto: ¿Qué pasará cuando lo pierdan? ¿Podrán seguir disfrutando de la vida?
Creo que todos debemos aprender y enseñar a nuestros hijos que el verdadero valor está debajo de la piel, el verdadero valor está en saber que somos valiosos porque estamos vivos, porque amamos, porque sentimos, porque somos mucho más que lo físico.
Yo tengo 42 años y mi hija de 19 años a veces se me queda viendo y me dice que ya tengo canas, o que se me están notando mucho las patas de gallo o que ya se me están cayendo las pestañas. Yo siempre le respondo que estoy envejeciendo cada día, pero que interiormente me estoy renovando más y más.
Todos debemos entender que es inevitable perder la belleza física, pero lo más importante es descubrir que somos mucho más que una piel bonita. Somos nuestra esencia y esa es la que debemos trabajar día con día y saber que aunque perdamos todo lo material, la juventud y la belleza, seguimos siendo nosotros y podemos disfrutar intensamente de estar VIVOS.
Denise Ramos Murrieta
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