El abuso sexual infantil es una realidad de la que ya es imposible escapar. Sin importar la nacionalidad, género y posición social, todos los niños corren el riesgo de ser víctimas de este delito.
Prueba de ello son las alarmantes cifras de la Unicef, según las cuales, cada minuto se registran hasta cuatro casos de abuso sexual contra menores en América Latina, 75% de los cuales son niñas que en su mayoría no logran recuperarse del trauma generado.
Y aunque quisiéramos culpar a personas extrañas o ajenas al círculo familiar, debes saber que la mayoría de los abusadores son padres, abuelos, hermanos, primos y tíos que se aprovechan de su cercanía para agredir a los pequeños.
Es precisamente esa cercanía la que nos ciega e impide ver lo que está ocurriendo ante nuestros propios ojos. Diversas encuestas reflejan que más del 50% de los casos de abuso sexual ocurren entre los tres y los siete años, pero son detectados mucho después, generalmente en la adolescencia, cuando la sintomatología es más evidente.
Debes saber que los pequeños que son víctimas de este delito, no sólo presentan problemas físicos, sino que su desarrollo psicológico y emocional también se ve afectado. De ahí la importancia de que reciban el tratamiento adecuado.
No basta con sanar las heridas del cuerpo, también hay que prestar atención a su alma. Créenos que olvidar la agresión o jamás hablar de ella no solucionarán el problema y mucho menos evitarán que se presenten las secuelas. ¡El pequeño requiere atención psicológica!
De acuerdo con los especialistas, quienes han sido abusados presentan problemas a nivel sexual. Puede darse desde una sexualidad muy inhibida y reprimida, a conductas sexuales compulsivas que desencadenen en la promiscuidad o incluso la prostitución.
Pero eso no es todo, las víctimas de abuso sexual tienen problemas de atención, dificultad para relacionarse y presentan estrés postraumático, además de trastornos disociativos de identidad, depresión y ansiedad.
Si lamentablemente tu hijo ha sido abusado, necesitará todo tu apoyo y el de su familia para superar el trauma. Tal vez, el primer paso sea el más difícil, pero es indispensable que hable de lo ocurrido y asuma que es víctima de violencia sexual.
Toma en cuenta que quien guarda silencio se queda atrapado en la agresión, aumenta su sentimiento de culpa por no haberse defendido o por no haber pedido a ayuda a tiempo. Incluso, hay quienes sienten vergüenza por haber propiciado el abuso y hasta consideran que les puedo haber gustado lo ocurrido.
Es cierto que la cicatriz del abuso sexual jamás desaparece, pero en la medida en la que pueda asimilar lo ocurrido, las secuelas serán menores y podrá hacer frente a la vida.