Tanto en las sociedades como en las familias que la conforman, se transmiten de generación en generación una serie de comportamientos, actitudes y creencias de lo que debe ser y hacer una persona de acuerdo a su sexo, así hay cosas que deben hacerse por el hecho de ser hombre o mujer, la consecuencia es el aprendizaje de roles, que se van haciendo rígidos, que se dan como hechos inmodificables del comportamiento de mujeres y hombres.
En general, la institución responsable de la construcción de estos roles rígidos es la familia, independientemente del tipo de la misma, por lo que es importante señalar la necesidad de promover cambios que den como resultado su flexibilización.
La educación explícita que se da en las familias, se refiere a todo lo que se enseña verbalmente, en forma directa, que debe hacerse por ser hombre o por ser mujer, para funcionar dentro de esa familia y en la sociedad.
La educación implícita, se refiere a todo lo que se muestra a las personas, del cómo actúan e interactúan las personas de un sexo, cuando se relacionan con personas del mismo sexo o con personas del otro sexo, habitualmente existen diferencias en el trato.
Al hombre se le enseña una actitud de superioridad en referencia a la mujer, que bien puede ser, que el hombre todo lo puede y la mujer no. Al hombre, se le condiciona a no expresar sus emociones, a la mujer se le condiciona a expresar las mismas generalmente a través del llanto. Por otro lado las tareas que son asignadas a los hombres, son las que “proveen”, así como acciones que denotan fuerza física, en tanto a la mujer se le asignan las tareas domésticas, la crianza de los hijos y las hijas, así como atender al hombre.
El resultado suele ser un hombre lejano con poca o nula expresividad de sus emociones, proveedor económico y con poca o nula participación en las tareas domésticas y de crianza. En el caso de las mujeres tendríamos una persona expresiva, cercana y con menos participación económica, con la “responsabilidad” de proveer cuidado al hombre.
Quienes primero se dan cuenta de estas diferencias son los niños y las niñas, es difícil que no perciban que el trato es diferenciado, aún en sus formas más sutiles y/o implícitas; las formas de interacción más explícitas, van generando en las personas, la percepción de ser diferentes entre sí.
Un ejemplo de lo anterior es cuando el hermano le ordena a la hermana que le dé de desayunar, así como también esta hermana le ordena al hermano que realice alguna tarea que requiera un esfuerzo físico, lo cual aprendieron como “propio de cada sexo». Todo esto va acompañado de frases como: “eso es de mujeres o bien de hombres… por eso te toca a ti”.
Para concluir quiero señalar que resulta importante entender que no existen tareas para hombres o para mujeres per se, sino que existen tareas, que deben ser realizadas por cualquier persona para que la vida funcione, el cumplimiento de las mismas no determinan el ser hombre o mujer y sí en cambio determinan la funcionalidad familiar independientemente de quien realice dicha tarea.
Irene Torices Rodarte
[email protected]