Soy bastante indecisa. Puedo pasar semanas sin tomar una decisión y preguntándole a todo el mundo su opinión, pero al final, sin hacer nada. Y sí, debajo de tanta duda lo que casi siempre encuentro es miedo.
A lo largo de mi vida he aprendido que el miedo no es negociable, va a aparecer en las cosas que más amo, en las situaciones que más quiero y en aquello que no quiero perder. Sin embargo, cuando me he cachado preguntándole a todo el mundo qué haría ellos en mi lugar, muchas veces genuinamente estoy pidiendo sus opiniones porque no sé qué hacer, pero la mayoría de las veces, lo que estoy esperando es que con sus respuestas se me “vaya” el miedo y pueda sentir seguridad de la decisión que estoy o no tomando.
No tiene nada de malo buscar seguridades, pero tienen un precio: quizás por seguridad estás en una relación que no va para ningún lado, o estás en un trabajo que no te apasiona pero es bien remunerado, o tal vez dejas que los demás decidan por ti y así, si algo sale mal, es culpa de los demás… es como dejar tu destino en manos de los demás, lo cual considero un precio bastante alto.
Sin embargo, hay algo que podemos hacer distinto: escuchar a nuestra duda. Si está ahí es porque algo nos está queriendo mostrar, quizás nos hable de un precio que no estamos dispuestos a pagar, o tal vez justo te está mostrando el camino que ya sabes que quieres tomar pero que te da terror. Date permiso de escuchar a la duda, de que esa voz tenga peso en tu vida, y ya que tengas claro qué es lo que te está queriendo decir, sé valiente. No tienes que “quitarte” el miedo para tomar la decisión. Puedes hacerlo con todo y el miedo, usándolo para cuidarte.