El día que comprendí que soy un cobarde

Kris Durden

Kris Durden¿Recuerdas la primera vez que te revolviste en la cama sin poder conciliar el sueño por estar pensando en esa persona especial? ¿Recuerdas su nombre? Pues hace un par de días me encontré con la chica, que mis 15 primaveras, me robó cientos de suspiros. Al verla regresaron de golpe a mi memoria cientos de recuerdos, pero también arribó una percepción de mí mismo que casi había olvidado. La de un cobarde.

Andábamos a paso lento, como si ninguno de los dos quisiera que la noche se terminara. En lo personal (como cualquier chico de 15 años de aquél entonces), me emocionaba caminar de la mano de una hermosa chica. Entre más nos acercábamos a su casa más nervioso me ponía, porque sabía que llegaría el momento en que nuestros labios se juntaran en un beso de despedida. Un beso que no sabía si estaría a la altura de cumplir. Sentía un vacío en la boca del estómago sólo de mirar sus carnosos labios de reojo. Tenía mucho miedo.

Cuando llegamos a la puerta de su casa, nos encontramos en un hermoso espacio, una especie de diminuta explanada, que apenas alcanzaba a ser iluminado por la suave luz de la luna que se filtraba entre el follaje oscuro de los árboles que nos rodeaban. Para ese momento estaba realmente muerto de miedo. Todas las formas en las que podía fallar rondaban en mi cabeza como ratas que acechan a su presa desde las sombras, dejándose ver ocasionalmente.

Se hizo el silencio incómodo y supe que estaba a punto de pasar. Un momento por el que había esperado toda la noche. Sentí que una de mis rodillas comenzaba a perder el temple iniciando su mal hábito de temblar cuando más nervioso estoy, así que miré en dirección de la luna para calmar mis nervios. Permanecí unos segundos así, sólo respirando e intentando no pensar más.

Debí de estar muy concentrado, porque no me di cuenta del momento en que ella se había acercado a mí, así que cuando bajé la mirada su rostro estaba muy cerca del mío. Realmente me tomó por sorpresa e involuntariamente di un paso atrás.

Ella se enfadó a la velocidad con la que se inflama la gasolina en contacto con el fuego.

Tal vez pensó que la había rechazado, pero nada más falso. Había dejado ir un momento perfecto y lo había convertido en un desastre que iba más allá de la peor de mis predicciones. Un momento que se alejó de mí implacable e imparable.

Me gustaría decir que esa noche la perdí para siempre, pero la verdad es que la perdí muchísimo antes. La perdí en el momento en que tomé su mano sin antes haber vencido mis miedos.

Hay una historia dentro del kung fu que ilustra perfecto lo que trato de decir.

Hace cientos de años, un maestro de las artes marciales que había estado entrenando en la selva, regresó a casa diciendo a sus allegados que en la selva había vencido a un tigre. Las personas en el pueblo que conocían perfecto sus capacidades como peleador de artes marciales no dudaron de su palabra y comenzaron a esparcir la noticia. El rumor se fue extendiendo hasta que llegó a oídos de otros peleadores de artes marciales de poblados cercanos.

Un día un peleador que había escuchado el rumor fue en pos del maestro para corroborar si la historia estaba cierta, pero al encontrar al maestro y ver que no tenía una sola herida propia de una pelea con un tigre, éste preguntó con notable escepticismo si la historia era cierta, a lo que el maestro respondió un rotundo sí.

­–¿Entonces cómo es que no tiene ninguna herida o cicatriz?

–Estando en la selva –Comenzó el maestro–, entrenando arduamente cuerpo, mente y alma, un día apareció un tigre. El me miró y yo lo miré. Nuestras miradas se encontraron y así permanecimos por mucho tiempo. El tigre no se movía y yo tampoco. De pronto, el tigre bajó la mirada, se dio media vuelta y se fue.

El joven practicante de las artes marciales comenzó a molestarse y dijo:

–¡Eso no es vencer a un tigre!

El maestro, en calma, procedió a explicarle.

–Cuando el tigre y yo nos miramos a los ojos, comenzamos a evaluar quién sería el que ganara la batalla. Después de mucho tiempo el tigre supo que no sería él, así que bajó la mirada y se fue. Si no estás seguro de que vas a ganar la pelea, ya la has perdido. Si vas a subir a pelear sin saber que vas a ganar, mejor no subas, porque vas a perder.

¿Ahora entiendes por qué es que perdí a esa hermosa chica antes de siquiera invitarla a salir?

 

«Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez.»

William Shakespeare

¿Qué te interesa?
Selecciona los temas de interés sobre
los que deseas recibir noticias: