¿El dinero nos da libertad?

Tere Díaz

Tere DíazSiendo yo niña, mi padre -comerciante de hueso colorado- me llevaba a sus negocios en el centro de la Ciudad de México y entre “ida y venida”, caminata y charla, me enseñaba a negociar y a vender. Me recuerdo bien, en sus tiendas de ropa femenina, acomodando distintas prendas de vestir en los probadores de las clientas, sugiriendóles combinaciones y accesorios para complementar los atuendos de su elección.

Así, a temprana edad, aprendí a ganar algo de dinero, a veces en compañía de mi padre, a veces desde mi casa, comerciando con algo u ofreciendo apoyos que iban desde dar clases “de algo a alguien” hasta decorar y  animar una fiesta infantil.

De ese modo fui conquistando cierta temprana independencia que me permitía comprar algún jugetín sin requerir de “Los Reyes Magos” o  cambiar mi mochila antes de que terminara el año escolar.

Avanzando el tiempo fui incursionando en diversos “negocillos” –desde rifas caseras, pasando por concursos escolares patrocinados hasta bazares navideños con artículos diversos- para incrementar mis ahorros y con ellos estrenar atuendos de temporada u organizar algún viaje de graduación.

Y no es que en mi casa –afortunadamente- se requiriera mi ingreso, ni que mis padres se negaran a apoyarme económicamente en ciertos placeres que no eran una básica necesidad, sino que la posibilidad de poder moverme a mi aire me generaba motivación y bienestar. Eso sí, esas libertades siempre se acotaban al contexto de mi familia conservadora que vigilaba mis decisiones, mis relaciones y casi toda mi actividad. Fue ese costreñimiento de mi poder de elección lo que me hacía ver, a mis tiernos 21 años, el matrimonio como un paso a la libertad.

Y así sucedió, con sus obvias y sumadas limitaciones, pues entre hijo e hijo (sí, cuatro hijos, y sí, solo hijos porque los cuatro fueron varones) yo malabareaba “hijos, esposo, casa y trabajo” para no renunciar a esa rebanada de independencia.

Pero el tiempo me permitió darme cuenta –además del estudio, la terapia, y muchas charlas de café- de que además de la sobrecarga que llevaba a cuestas, algo me límitaba para soltar lastres, compartir tareas, desafiar temores, elegir proyectos, y abandonar culpas. Y es que yo aspiraba a espacios poco convencionales para una mujer, madre y esposa, y con frecuencia dejaba mis sueños, anhelos y deseos en segundo lugar.

El dinero sirve de mucho, sí, es necesario, ¡y tanto!… Pero los seres humanos, para construir nuestra identidad hemos de reconocernos y legitimarnos como sujetos con deseos propios y con un proyecto de vida personal.

Sin autonomía, no sirve de nada el dinero:

Así que si el dinero permite ciertas libertades, solo la autonómia –entendida como la posibilidad de reconocer, validar y satisfacer nuestros deseos, necesidades, intereses y valores– permite el pleno despliegue de nuestras capacidades y conquista de nuestros sueños.

¿De qué sirve tener dinero si hemos de pedir permiso para hacer uso del mismo? ¿Si para gastarlo necesitamos aprobación?  ¿Si las miradas externas de juicio o las voces internas de culpa nos limitan su uso y disfrute? Con estos lastres es difícil comportarnos como sujetos autónomos, aun teniendo “cierta independencia” y disponiendo de recursos emocionales, materiales y laborales.

La autonomía va más allá del dinero, pero se necesita…      

La autonomía requiere de recursos económicos propios, pero también de la posibilidad real de usarlos con base en nuestras propias decisiones y elecciones. Por eso es necesario también desarrollar esa fortaleza interna que nos permite reconocer, nombrar y poner sobre la mesa lo que necesitamos y deseamos, y gestionar lo que se necesite –incluso la ansiedad de ser rechazados y el temor a fracasar-  para accionar y avanzar. Así, si bien el tener dinero no garantiza la autonomía, sin él, es imposible disponer de libertad.

Para mi la vida ha sido un caminar hacia la conquista de la genuina autonomía, tejiendo sueños, armando planes, y manejando los obstáculos que siempre hay. Y aunque he dejado atrás los bazares y las rifas,  no he clausurado mis deseos y mis más legítimos anhelos, y para llevarlos a cabo no cuestiono nunca la posibilidad de dejar de trabajar…

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