Siempre que hablamos de pérdidas y de sus manejos a través de los duelos, lo primero que nos viene a la cabeza es como lidiaremos con las muertes de nuestros familiares más cercanos y queridos. Tradicionalmente, la psiquiatría se había puesto un plazo arbitrario de 3 meses para poder, prudentemente, superar emocionalmente un infortunio de este tipo. Esto requería de varias precisiones.
La primera es que superar no es lo mismo que olvidar. El fallecimiento de un padre, un cónyuge o un hijo, representan situaciones que vamos a recordar por el resto de nuestra vida, la mayoría de las veces motivada por una comida, una canción o un momento que nos evoque la memoria; pero que debemos de integrar a nuestra vida afectiva que ya no se encuentran físicamente con nosotros, que vivimos cosas disfrutables a su lado y que los episodios desagradables también existieron y logramos entenderlos y explicarlos razonablemente, con la menor participación del sentimiento de culpa en nuestro corazón.
La segunda, tiene que ver con el límite de tiempo. A partir de este año, en el manual de enfermedades de la Psiquiatría, se agregó el término de duelo complicado, señalando que si me lleva más de 90 días la integración emocional de una pérdida, es esperable, es parte de ese proceso de duelo, y que no forzosamente, se debe de tratar de un episodio depresivo o ansioso, como enfermedad asociada a mi pérdida; y que por supuesto, requieren de otro tipo de atención y manejo.
En el tratamiento de los duelos, se aceptan varios tipos de psicoterapias que son de fondo discursivo, donde se favorece el hablar de mi vivencia, concientizarla y responsabilizarme de mis emociones y de irlas moderando. Si estos afectos llegan a ser disfuncionales, se usan fármacos que controlen los síntomas depresivos o ansiosos y me regresen al equilibrio suficiente para poder realizar mis actividades cotidianas.
En estos días de finales de octubre y comienzo de noviembre, el tema siempre son los duelos.
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