Mientras sigamos promoviendo que las niñas jueguen a las muñecas y los niños a los superhéroes, con dificultad los primeros se convertirán en padres implicados y corresponsables en las tareas del hogar, y las segundas, en mujeres con la seguridad de poder influir y cambiar el mundo.
Hay muchas maneras de ser hombre y de ser mujer, (por no hablar del sexo fluído que requiere ser tema de otro artículo) y de expresarse –desde temprana edad– como niños o como niñas. Pero mientras sigamos utilizando las frases: “pórtate como hombrecito, y no llores”, o bien “las nenas buenas no son mandonas”, reforzamos distinciones que hacen pensar a unos y a otras que les corresponden lugares muy diferentes.
Si bien hoy se habla mucho más sobre igualdad, feminismo y empoderamiento, es indudable que en casa se siguen desempeñando roles femeninos y masculinos excluyentes. La corresponsabilidad real es lo primero que se debe cuestionar en el propio hogar, donde hombres y mujeres asuman conjuntamente las labores domésticas y de crianza .
Algunas actividades que favorecerían una educación igualitaria podrían ser:
En el caso de los niños:
- No promover ni permitir el uso de la violencia para solucionar sus conflictos.
- Ayudarlos a negociar en sus diferencias.
- Darles libertad para que expresen su masculinidad como prefieran.
- Enseñarles a ser críticos con cualquier manifestación machista o sexista que se presente dentro de casa, en el colegio, o en los medios.
- Ayudarlos a usar un lenguaje inclusivo que también nombre a las mujeres.
- Fomentar la sensibilidad y la comunicación para que gestionen sus emociones.
- Enseñarles la empatía y la escucha.
- Favorecer su autonomía para que se hagan cargo de sus propias cosas.
- Distribuir entre todos el cuidado y las tareas del hogar.
- Distinguir las conductas abusivas que surgen en bromas, silencios y palabras despreciativas.
- Mostrarles qué es un estereotipo y cómo romperlo.
En el caso de las niñas:
- Enseñarles asertividad para que puedan decir lo que necesitan, desean y valoran.
- Ayudarles a defender sus derechos sin agredir.
- Mostrarles que pueden negarse a hacer algo que no les apetece hacer.
- No premiarlas por ser complacientes por encima de sus necesidades.
- Motivarlas a permitirse decir “no”.
- Fomentar su seguridad personal y confianza en sí mismas.
- Fomentar su mirada crítica ante los constructos sociales moralistas –como la virginidad, maternidad, matrimonio– para liberarlas de modelos de sexualidad erróneos y de cualquier prejuicio sobre ellas mismas o sobre las demás mujeres.
- Fortalecer su espíritu de lucha para que se sepan capaces de conseguir muchas cosas.
- Entrenarlas en la toma de decisiones y el liderazgo.
Tanto a los niños como las niñas hemos de ayudarles a ser reflexivos y críticos ante una sociedad patriarcal que fomenta los privilegios masculinos y dificulta el empoderamiento femenino. Todos requerimos portar unos “lentes de aumento” que nos permitan atestiguar y cambiar las conductas, palabras y actitudes sexistas, machistas o misóginas. Incluso cuando ellos o nosotros mismos incurrimos en ellas y perpetuamos la desigualdad.
Si educamos en igualdad, iniciando con estas acciones, permitiremos que nuestras niñas y niños se sientas capaces de hacer las mismas cosas y que las futuras generaciones vivan en una sociedad mucho más justa.
Sin duda, el esfuerzo no solo ha de ser familiar. La soluciones de fondo implican repensar los sistemas de poder económicos y políticos que favorecen las grandes desigualdades sociales: si se requiere sobrevivir se dificulta cuestionar la opresión de género, pero del mismo modo, mientras el sexismo y el machismo sigan influyendo en la educación, el ideal de justicia, igualdad y libertad, continuará “saltando por los aires”.
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