Hay momentos en la vida en los que solemos ser demasiado duros con nosotros mismos, porque no podemos permitirnos el fracaso o el error, particularmente cuando percibimos que íbamos por la vida actuando en función de la perfección, de la nula equivocación, recriminándonos de pronto el «cómo pudo –a mí- ocurrirme tal cosa»…
Debemos que tener siempre en cuenta –y así lo pensamos siempre-, que cada quien hace lo que puede con lo que tiene, en cierto lugar y determinado momento. De haber podido hacer las cosas de mejor manera o distinta, es obvio que cualquiera lo hubiera hecho, pero aunque siempre nos analizamos desde la perspectiva de un “lo pensé bien”, “lo analicé detenidamente”, o “no había otra opción”, entonces nos encerraremos en nuestra propia justificación, lo que deriva en un sentimiento de culpa o de fracaso emocional.
El incurrir en el error o en la equivocación no nos debiera reprimir al grado de la autoflagelación. Si bien es cierto, dar solución a cualquier problema generado con nuestra decisión, equivocada o no, nos costará más trabajo, la mejor manera de superar cualquier crisis emocional, en principio podremos iniciar con un poco de autoconfianza, seguridad, y pensar que las cosas siempre tendrán una solución si la buscamos desde nuestro propio interior, no necesariamente mediante la ayuda o el apoyo de los demás. La seguridad personal es la base fundamental para hacer que el motor interno funcione, pues la autoconfianza nos conducirá invariablemente a mejor resultado.
Perdonarnos a sí mismos por el error cometido, nos puede resultar demasiado complicado, más aun cuando nos resulta imposible perdonar incluso a los demás. Si se les pregunta, ?por qué te culpas de eso?, la primera reacción es, “yo no me culpo de nada…” La gran mayoría de las veces creemos que no nos sentimos culpables de algo, y hablar de perdonarnos, no cabe como opción para continuar hacia adelante.
En otros casos, las personas no se perdonan así mismas simplemente porque ni siquiera están conscientes del daño que causan por sus errores o equivocaciones. Y si bien, cuando están conscientes, tampoco les preocupa en lo absoluto las consecuencias tanto a si mismas como menos hacia los demás. Siempre tendrán cualquier justificación al instante, por lo que será tarea casi imposible hacer que aquella persona reconozca, recapacite, remedie, y entienda que para arreglar cualquier daño, primero hay que reconocer que ha sido provocado.
En contrario, a veces el daño que podamos habernos provocado, traerá por consiguiente el desarrollo de recursos y herramientas que nunca hubiéramos conocido si las circunstancias no se nos hubieran presentado. Es entonces cuando descubrimos nuestras fortalezas, es entonces cuando debemos enfocarnos en todo lo positivo que nos haya dejado aquel error incurrido o aquello que nos infringió, para continuar paso adelante y dejar ir al pasado. A partir de ahora no se tratará ya de ver hacia atrás, la opción, será ir hacia adelante, con actitud y fortaleza, con confianza absoluta de que somos capaces de crear un mundo mejor si nosotros mismos así nos lo proponemos.
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