SOBRE EL SEXISMO CIVIL Y EN EL SERVICIO
Más frecuentemente de lo que me gustaría escucho a personas de diferente origen, escolaridad, profesión, sexo, género; expresarse de formas que resultan en este momento histórico discriminatorias y sexistas. Quienes me acompañan cuando hago la observación respecto al lenguaje que la otra persona utiliza, en ocasiones se sorprenden, otras se incomodan, y la mayoría de las veces fingen que ni me conocen.
El respeto a los derechos humanos, a la igualdad y a la no discriminación son fundamentales para el desarrollo social. Las conductas discriminatorias sustentadas en valoraciones negativas se han construido alrededor de determinados grupos o personas por razones de origen racial o étnico, sexo, edad, discapacidad, clase social y preferencia sexual, entre otras.
La discriminación sexual es una de las más extendidas y frecuentes en el mundo; históricamente, las mujeres, quienes ocupan más de la mitad de la población mundial han sido y son discriminadas y violentadas por razón de su sexo, reciben un trato desigual y son segregadas al considerarlas inferiores a los hombres.
¿Qué ejemplos puedo referir en relación al lenguaje excluyente y discriminatorio?, en el tianguis, en el metro, en el puesto de tacos de la esquina, en la clínica médica, en la escuela ¡en todos lados!, seguro habrás escuchado: “pásele damita, reinita, que le doy”, “preciosa, que le traigo”, “madrecita, siéntese y espere su turno”, “la abuelita de la cama 206”, “la vecina del 4, la que es madre soltera”…
El lenguaje incluyente busca representar a mujeres y hombres dentro del contexto social, es un lenguaje sensato que considera sus experiencias, por lo que el lenguaje incluyente no oculta, no subordina y no subvalora.
En el lenguaje incluyente no se usa el femenino que denote posesión de las mujeres: Cuando se dice “madre soltera”, se hace referencia a la necesidad de la mujer de tener a su lado un hombre (esposo) que la valide como madre y como mujer. Considerando que las mujeres que son madres, se la rifan todos los días para sacar adelante a sus hijas e hijos lo recomendable sería hablar de madres autónomas, de esta forma se visibiliza el poder de las mujeres como jefas de familia.
Las “prestaciones institucionales” como el uso generalizado del término “señorita” resultan inconvenientes hacer referencia al estado civil de la mujer y no tener un término equivalente al de “señorito”. En otros países, el término señora se emplea sin considerar la edad o estado civil de las mujeres, como un vocablo de respeto y no de dependencia, situación que conviene asumir y exigir.
El resto de calificativos (o descalificativos) que he mencionado, “damita, reinita, preciosa, princesa, madrecita, abuelita”, constituyen una discriminación oculta en el lenguaje aunque en teoría se pretenda demostrar alguna consideración o respeto hacia algunas personas o grupos de personas.
A menos que realmente poseas un título nobiliario, seas la madre o la abuela de quien te dice madrecita o abuelita, sea legitima la percepción de quien te dice preciosa, yo te invito a solicitarle, a quien no se refiera a ti por tu nombre de pila, que te trate de manera respetuosa indicándole la forma.
Por cierto antes que se incomoden mis amistades, la forma correcta de referirse a quien tiene una condición de discapacidad es Personas con Discapacidad, es inadecuado utilizar términos como “discapacitado, incapaz, minusválido, plus valido, persona especial o con capacidades diferentes”.
Si la discriminación sexual en el lenguaje es altamente nociva para las mujeres, también lo es para otros grupos en situación de exclusión o desventajas, por lo que puede ser doblemente discriminatorio o más; piensa, por ejemplo, en una mujer adulta mayor, indígena y con discapacidad.
Hay quien dice que es de mala educación hablar con la cabeza vacía.
Irene Torices Rodarte