¿Te has dado cuenta que cuando estamos con niños pequeños (de menos de cinco años), es muy común que para cualquier cosa que haga le digamos “¡muy bien!”, “¡aplausos!” o incluso “¡ganaste!”?
Es como si tuviéramos la creencia de que si somos alentadores con ellos, se sentirán amados y crecerán con una autoestima saludable, y además, esta creencia ha sido reforzada por muchos psicólogos y educadores. Aclaro, no es una “mala” creencia, pero al actuar de esta forma todo el tiempo estamos privando a nuestros niños de experimentar el fracaso, de perder y de que las cosas no les salgan mal.
En parte, al estar todo el tiempo reconociendo a los niños por lo que hacen bien, también les mandamos el mensaje de que cuando las cosas nos les salgan no son bienvenidos. Que cuando no sean el mejor tienen que sentirse mal por ello. Hacemos que su foco esté todo el tiempo en ver cómo ganar un juego o una competencia y no en jugar, pierden por lo tanto el objetivo de jugar. Paradójicamente, también con esto logramos que cuando pierden hacen un gran berrinche, porque no saben perder.
Imagina esto en ti, si toda tu vida te han dicho de muchas formas que mientras más cosas ganes y más cosas hagas de manera perfecta entonces serás más visto (amado) y tendrás reconocimiento, ¿en qué enfocarías tu vida? Para los niños es exactamente igual.
Dales permiso a los niños de tu vida de perder, de equivocarse, de ser imperfectos, de romper cosas y ensuciarse. La imperfección es lo que nos hace humanos y lo que nos vincula con los otros. Dale el mensaje a tu niño de que no tiene que hacer nada para valer y ser bienvenido, ya lo es.