Tercera parte.
Durante los años cincuenta y sesenta, la censura fue aún más rigurosa en el medio televisivo. Habida cuenta de que se trataba de una pantalla que la ciudadanía tenía en su domicilio, incluso los niños y las niñas, buen número de personalidades estimó que su “potencial maléfico” era enorme. La primera vez que Elvis Presley apareció en el show de Ed Sullivan, en 1956, se formalizó un acuerdo estricto de que las cámaras no mostrarían las famosas contorsiones y movimientos pélvicos que tanta fama habían dado al cantante. Incluso al final de la década de los sesenta, las alusiones de tipo sexual que se veían en la televisión no eran más que insinuaciones cuidadosamente controladas.
El tinglado de contención se vino definitivamente abajo, a raíz de la exhibición del primer episodio de la serie All in the Family. La serie pretendía exponer la vida de una familia americana, convencional, de la clase media baja. Ya el primer episodio hace alusión a la sexualidad matrimonial y se ve a la hija de familia y a su marido bajando las escaleras después de una sesión amorosa a media mañana. Cuando el padre se da cuenta de lo que habían estado haciendo, vocifera: “¡A las once y en domingo!”. Los episodios posteriores abordaron temas como la disfunción eréctil, la homosexualidad, la menopausia y las relaciones extramatrimoniales.
All in the Family abrió las puertas y la sexualidad se hizo presente en la televisión. Comedias como MASH, Maude y Good Times hablaban sin engorro de asuntos como infecciones de transmisión sexual, embarazo adolescente, aborto, prostitución y homosexualidad. Las películas para televisión empezaron a mostrar cuestiones sexuales en términos puntuales. El Show de Phil Donahue, llegó a transmitir en directo un parto casero, en el que se ofrecía un primer plano de la cabeza del niño saliendo por la vagina de la madre. Series como Los Ángeles de Charlie, mostraban un grupo de atractivas mujeres que vestían prendas muy ceñidas o escotadas. La abundante producción de series como ésta, hizo que pronto la gente se refiriera a ellas como “programas de teta y culo”, o de “contoneo y vaivén”. Los programas llamados beefcake (algo así como tarta de carne), presentando a guapos y viriles actores como Tom Selleck, disfrutaron también de cierta popularidad.
Ese estallido de programas televisivos de matices sexuales constituyó el final de los obstáculos. A finales de la década de los setenta grupos religiosos de tendencia conservadora y otros “comités de acción ciudadana” realizaron varias tentativas para que se suprimieran estos programas y llevaron a cabo campañas de envío masivo de cartas a grandes patrocinadores comerciales. Parece improbable que la televisión actual vuelva a los tiempos de rigurosa censura, y más teniendo en cuenta la competencia, ya manifiesta, de la televisión abierta como por cable.
Tanto las series televisivas que se transmiten en horario diurno -en los que se observa un tratamiento cada vez más explícito de la sexualidad- como los telefilmes que se proyectan en las horas de mayor audiencia ponen de relieve el firme propósito de las cadenas de televisión de presentar la sexualidad sin tapujos, de forma directa y franca. Con todo, si bien la televisión comercial permite el anuncio de remedios contra las hemorroides, la acidosis, los “productos para la higiene íntima” de las mujeres, estuches desechables para hacerse la prueba de embarazo; continúa prohibiéndose la publicidad de anticonceptivos porque se piensa que la mayoría de televidentes hallarían “embarazosos y de mal gusto” estos anuncios.
Irene Torices Rodarte
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