¡Ah, cómo le gusta a la gente –sobre todo a la casada, emparejada y a veces incluso mal acompañada- opinar sobre la vida de las personas que viven la soltería! Pareciera que en el modelo el “Arca de Noé”, los que viven casados piensan saber todo lo que los solteros y las solteras necesitamos, sufrimos, queremos y ansiamos. El matrimonio sigue considerándose “la medalla de oro”: de manera sutil o explícita permea la idea de que es “mejor” estar casado que soltero. ¡Qué terrible! Porque ni la realidad perfecta ni “la tierra prometida”, se halla en el matrimonio.
No hay duda que la vida de pareja tiene su encanto y que de alguna manera muchos y muchas aspiramos a vivir espacios de compañía en algún momento de la vida; pero de afirmar que es mejor vivir con alguien a que es un drama vivir en soltería me parece un prejuicio, una creencia obsoleta, incluso un mito ancestral. Hoy más que nunca surgen los hogares unipersonales y en el siglo XXI; como en ninguna época anterior la gente aspira a un grado de autonomía e individualidad que antes era imposible concebir y menos aun implementar.
En el pasado, el matrimonio –particularmente para las mujeres- era el paso a la adultez y a la “independencia”; cuando sexo, paternidad y economía estaban en el paquete matrimonial, las diferencias entre la vida en soltería y la vida de casados eran más marcadas. Hoy no solo no se necesita de una pareja para sobrevivir sino que en especial las mujeres no requieren ser mantenidas y tener un esposo para ser “alguien” en la sociedad.
Aún así, con base en el valor dominante de los discursos que privilegian la vida matrimonial, la soltería genera estereotipos y estos generalmente se basan en mitos. Muchas personas, al conocer a un soltero o soltera, creen saber mucho de él o ella, de su vida, y de sus emociones, considerando “a priori” que muy probablemente vive de forma miserable, se siente sólo y envidia a las personas que sí tienen pareja.
Los fantasmas de la soltería afirman “verdades” que habría que desbancar al observar de cerquita la vida de los que vivimos en singularidad: “Que los casados y emparejados saben bien lo que los solteros necesitan”. “Que los solteros lo único que desean es tener pareja”. “Que la vida en soltería es desgraciada”. “Que los hijos de padres y madres solteras tendrán una vida desgraciada”. “¡Que son promiscuos, frívolos, egoístas y, para colmo y culminación, envejecerán y morirán solos!”. Bla, bla, bla, bla… ¡Qué ignorancia!.
Si reflexionamos a consciencia todos estos mitos vemos que son por demás simplistas. Para empezar, hagamos distinciones: no todos las vidas de solteros son iguales. No es lo mismo ser soltero si se es hombre que si se es mujer; hay gente que siempre ha estado soltera y gente que está divorciada, o separada, o viuda; hay solteros jóvenes y solteros mayores; con hijos y sin hijos; algunos viven en ciudades y otros viven en el campo, incluso son diferentes los que viven en el norte de los sureños. Algunos habitan solos pero otros viven con alguien. También hay diferencias entre los y las solteras de diferentes nacionalidades, culturas, etnias, religiones, preferencias sexuales, entre otras cosas. Estas distinciones importan, y mucho, y distingue de manera significativa la vida, los deseos, las necesidades, intereses y valores de unos y otros. Por favor ¡basta de generalizar!
Nada comprueba que sean más felices los casados que los solteros, tampoco se puede asegurar que los que tienen pareja no enfrentan de manera cotidiana la experiencia de la soledad. Así que antes de hacer afirmaciones prejuiciosas con tanto ahínco, pregunta cómo, dónde y con quién disfruta la vida un soltero.
Tere Díaz
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