«Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que me entregues en los brazos de Jesús y de María…»
Así comienza la oración que seguramente si no la sabes de memoria la conoces, pues en la infancia es común que en casi todos los hogares, las madres enseñen a sus hijos esta significativa plegaria, que les permite conectar con su ángel de la guarda y pedir su protección.
En ese entonces tú estabas creciendo y sabías que cualquier cosa que tu madre te enseñara era importante pues te daba la seguridad necesaria para poder ir y venir a tu completo agrado, al tiempo de que empezaste a conectarte con una presencia divina y angelical que estaba ahí solo para ayudarte, tenderte la mano y auxiliarte en momentos de verdadera necesidad; eventualmente, con el paso del tiempo, es muy probable que pasaran dos cosas, la primera que olvidaras lo anterior, o bien, que desarrollaras tu fe y te vincularas aún más con estas prácticas heredadas, por lo que puedo decirte que en el caso de que haya pasado lo segundo eres muy afortunado, pero si sucedió lo primero, entonces es momento de que como un crío vuelvas a poner toda tu energía en lo que un día aprendiste y te enseñó tu madre, y confíes en las presencias divinas que están ahí para asistirte, que vuelvas a sentirte niño y te des la oportunidad de manera natural de que tu alma repose en la confianza, que recuperes esa enorme capacidad que tienen los pequeños para creer y crear al mismo tiempo, generándose una realidad armoniosa y esperanzadora, creyendo en el adulto que eres y en el niño que vive dentro de ti y no pierde la capacidad de sorpresa.
Si logras hacerlo sabrás que la autora de tus días hizo muy bien en acercarte al mundo intangible de lo espiritual y sagrado, a la par que también puedes reconocer que si no hubiese sido a través de ella y su insistencia en que trataras de establecer comunicación con tus protectores del cielo, es posible que no lo hubieras hecho nunca; o bien, esa semilla que quedó dentro de tu memoria bien plantada pero que un día dejaste de regar, te hubiera despertado el interés muchos años más tarde bajo una lluvia de dudas y preguntas sin contestar. Lo anteriormente referido alude directamente al papel de las madres de inculcar mediante el amor cosas que tal vez no consideraste importantes en el pasado, pero que hoy son el resultado de mucha dedicación y sobre todo amor hacia tu persona; por eso este día dedico esta columna a todos los niños que hoy son adultos y conservan la chispa vibrante de la emoción ante lo desconocido, y la fuerza suficiente para enfrentar con valor las situaciones de la vida, a la vez que con cariño reconozco a las madres en su ardua tarea y por cierto nada fácil, de educar día con día a las almas que las eligieron para ser sus guías.
Felicidades a todos los niños en su día y a todas las madres que la semana siguiente van a festejar también, que la fuerza del amor les dé luz para seguir adelante, lograr sus propósitos y permitirse la felicidad.
Bendecida semana
Georgette Rivera