Debo contar a quien ose leer esta extraña vivencia, que mi más grande interés literario es a bien de paliar la sed de las voces e imágenes, que a mi mente llegan de forma repentina, esperando que contándolas sea más ligera la carga que hoy, él destino me otorga.
Sucedió el miércoles de ceniza, ese fue el día en que padre lo trajo bajo el brazo; Con su negra cruz en la frente, atravesó la puerta, trayendo ese rostro de cansancio que llevaba ya 9 años sin poder borrar, con el maletín negro que trae líneas blancas de cuarteaduras en la piel vieja y la noble intención de obsequiarme ese fantasmagórico y horripilante ente con apariencia de libro inofensivo.
Vestido con las pastas forradas en vinil de color rojo y como portada dos letras en tinta dorada impresas, que decían «D V».
Mi padre sin saber el error que cometía al dejarlo ser parte de la casa, me lo entrego en las manos, estirándose y haciendo que me acercara. Tuvo un intento de abrazo, sin mayor significancia; mientras salía una especie de «Felicidades ¡hijo!», con la gracia de un vagabundo ebrio y cansado. Sin siquiera voltearse a mirarme se dirigió a su cuarto y con un azote cerró la puerta. El sonido se confundió con mis gratitudes y me di media vuelta para volver a mi habitación.
–De nada, de nada, ¡DE NADA!
Repetí mientras aventaba él asqueroso espécimen contra la cama, pues en aquel momento no representaba aún nada contra mí.
Sólo lo miré detenidamente por afuera unos momentos, estaba hecho con bastantes hojas y la piel de mi cuerpo sintió un escalofrío. ¿Cómo no pude prever lo que mi inconsciente siempre alerta me avisaba? así que lo deje después al pie de la cama, porque decidí sólo recostarme a mirar el techo.
Me quité los tenis con los pies, subiendo a la cama mientras pensaba si mi padre me amaba, si todos los padres eran así, aunque había escuchado de algunos chicos de la escuela que sus padres los habían llevado a jugar béisbol, a ver alguna película en el cine y la que se me hacia la menos creíble de las historias, que hubiesen estado la tarde, jugando videojuegos juntos y que al verse derrotados por el hijo en el mundo virtual, atacaban con cosquillas en la vida real.
Notar esa imagen en mi cabeza donde el padre y el hijo se desvanecen en carcajadas, solo podría ser que lo hubieran copiado en algún comercial, que deseaba vender algo, a través de la televisión.
Además, ¿cuánta credibilidad podrían tener esos mentirosos anuncios? Más de uno había sido puesto en evidencia, en sus supuestos viajes a Orlando, Estados Unidos, o sobre las casas de algunos papás en Acapulco; él más descabellado fue Rodrigo. Que había dicho que su hermano, tenía un extraterrestre escondido en su habitación y que él mismo, lo había mirado cuando lo alimentaba con trozos enormes de pollo. Pero resulto que solo se trataba de un hámster que obviamente corrieron porque la mama de Rodrigo era alérgica al pelo de los roedores. Que se podría esperar de niños de 11 años repletos de imaginación y fantasías.
–¡Ven a cenar! –Irrumpió una voz seca. Acompañada después, por el sonido de la televisión al ser encendida, espere un momento analizando las grietas de la pared y buscando algunas formas–.
–¡No voy a llamarte otra vez!
Fue el verdadero llamado.
Me quise poner los tenis mientras gritaba «¡Voy!» pero, al querer sólo meter él pie, este resbalo y mi dedo se estrelló contra la esquina de ese maldito huésped del cual había ignorado su presencia.
La uña de mi dedo se separó un poco y solo pude ver la sangre atravesar mi calcetín rojo grisáceo que de origen fue blanco.
–¡Ya! –Ese era el tercer llamado, así que grite como en las películas mudas, esas a blanco y negro y corrí como cojo en maratón hacia la sala de la casa, mi padre me esperaba, con una mirada de reclamo que duró unos segundos, porque, después se volvió hacia la tele y las noticias–.
Ambos masticamos él puré de papa, las rancias y nada deliciosas verduras, que eran muy pocas y la chuleta frita que hasta creí por la dureza en mis dientes que tal vez aún seguía congelada.
Mientras engullía la cena, miraba los brazos de mi padre que eran fuertes y miraba algunos de sus tatuajes intentando entenderlos.
Sin darme cuenta mastiqué la chuleta con la boca abierta y padre me reprendió diciendo, no somos salvajes…
Fue nuestra gran conversación tal vez la más larga de la semana. Al terminar levante los trastes de la mesa y los lavé. Dos platos, dos tenedores, 2 vasos; mi eterna tarea.
Dije buenas noches al silencio que respondió y me regresé al cuarto, pero, mientras me acercaba a la puerta, él dolor me recordó lo que me había ocurrido.
Así que camine lento, abrí la puerta, me senté en cama y me quité el calzado con cuidado.
Después se hacerme un reporte visual de los daños, volqué mi ira en una mirada hacia el libro, que descansaba burlonamente bajo el mueble, pero abierto; la curiosidad me invadió.
¿De qué tratará ese estúpido libro? Me lastimó físicamente y ni siquiera sé su contenido.
Este momento es indescriptible, desconocido lector, porque al abrirlo encontré un escalofriante lenguaje, lleno de símbolos, acompañado de párrafos ilegibles; que al intentar buscar una lógica común, te sumergía en lagunas profundas de desconocimiento, haciendo parecer al que estaba frente a los texto un simio o alguna otra especie involucionada de nosotros mismos.
El temor me invadió y cerré los ojos al mismo tiempo que cerraba el libro. Las dos enormes letras doradas brillaban orgullosas sobre el rostro rojo del libro. «D V».
Mis ojos ensanchados e incrédulos, me llevaron a darme una oportunidad más, lo abrí, lo hojeaba y no podía comprender nada. Sabía que eso no era una broma y sin dudarlo era maldad pura.
La imagen de un mago, demonio o ser malvado se presentaba al abrirlo. Sus ojos, esos ojos miraban fijamente, su barba, su turbante alrededor de la cabeza y dos construcciones de fondo, con un estilo como en la película ridícula de Aladino, con textos en otros idiomas “al-juarismi”. Decía uno de ellos, supuse que era una especie de palabra evocativa y no quise caer en el juego de invocar nada, pase la yema de mis dedos sobre él texto y mi mente lo pronunciaba, así que la silencie y cerré con pavor el libro.
Intenté, esa noche y las siguientes, descansar pero ese libro daba vueltas en mi mente y me hacia dormir con dolor de cabeza.
Una madrugada desperté con una especie de respuesta ante el DV portada, así que tomé una pequeña pieza de gis y lo re titule con 3 letras más… DeVil. Sin mayor triunfo que descubrir su identidad, pude encontrar un poco de descanso.
Pero más de una noche desperté sudando y desconcertado por sueños malditos en los que miraba a hombres y mujeres invocando a ese demoniaco ser.
Todos danzando. En lo que siempre se ha definido como un aquelarre. Con una fogata al centro cuerpos humanos desnudos llenos de envidiable belleza y animales de muchas especies, todos de ojos rojos y babeantes dentaduras, mientras se entonaban cánticos y todos gritan al unísono:
Baldor Baldor Baldor…
Por: Javier Garrido
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