Hay ocasiones en las que me pregunto cómo puede una persona estar sin leer por lo menos un libro al año pues hoy en día existe una saturación de medios electrónicos, apps, redes sociales, etcétera, que tienen omnibulada la mente de casi todo ser viviente en el planeta. Es increíble que el grueso de las personas pasen sentadas diariamente más de cuatro horas navegando en páginas y canales de esparcimiento que se olvidan de bien lograr una relación sana en casa con los que ahí habitan, porque realmente ya no se puede decir que comparten. Sin embargo; sé bien que todavía hay algunas personas que tienen la necesidad de aprender de los acontecimientos de la vida, de lo que experimentan en la calle, y más aún, de la lectura, ese mundo mágico donde uno puede sumergirse y encontrar universos jamás soñados que a lo largo de las páginas descubren otras cosmovisiones que se dibujan como nubes a más de 10 mil pies de altura.
Sé que existen muchos placeres, pero uno de los que son gratuitos es la lectura, abrir un libro es la posibilidad de tener una historia para ti solo, para que empieces a recrear tu imaginación, a pensar en todas las opciones posibles con las que el protagonista podría salir adelante sin que aquella decisión que tomó le arrebate el amor, el dinero o la tranquilidad; es de pronto la posibilidad que se tiene de acertar a vivir la vida de alguien que está ansioso por salir de las páginas e irse a tomar un café contigo, de volverse tu amigo, tu confidente o tu pareja, de tomarle de la mano en los momentos caóticos y decirle que ahí estás tú para escucharlo, que nadie lo va a saber, que eres de fiar y que por tal razón estarás a su lado pase lo que pase; ni el trajín del diario acontecer te detendrá para llegar a leer otro capítulo y así cerrar con broche de oro la noche, sabiendo que solo tú y tu protagonista van a irse a dormir al mismo tiempo, con la promesa de que mañana un buen café te despertará y, si te es posible, tomarás tu novela en la mano y saldrás a vivir, no sin antes leer unas cuantas hojas que le pongan sabor a tu día antes de llegar a la oficina.
La situación se va a presentar, en el transporte público todavía hay quien comparte con uno esa sensación de respeto que los demás adoptan cuando alguien está leyendo; por alguna razón empujan al que va gritando, al que quiere sentarse a toda costa lo hacen a un lado, al que llega dándose a notar lo abuchean o lo ven de reojo; pero al que lee, es como si llevara un escudo impenetrable, nadie se atreve a pedirle que abandone su asiento, todos lo ven como una especie en peligro de extinción, no saben si es bueno o malo, solo saben que eso que está haciendo merece dejarlo en total calma y abrirle el paso cuando vaya a salir ya sea del camión o del vagón del metro; eso sí, después de meses de tomar la misma ruta es probable que te encuentres a esa persona una que otra vez, y siempre hará lo mismo, tendrá los ojos clavados en su texto. Tal vez ya sea otro título, pero siempre va leyendo, incluso si un día no ves que lo está haciendo, pensarás que se siente mal, que está enfermo, o bien, que el idilio entre el libro y él ya pasó; ahora estará decidiendo qué nueva obra o a qué autor habrá de leer y, si bien es cierto, esto no lo estás descifrando en el transporte, pero eso te ha servido para formar un correlato, el que solo sucede si te das la oportunidad de crear historias, de leerlas o de escribirlas, de saber que vivimos en un mundo de letras y por miedo a la alfabetización de nuestra abrumada forma de vida, preferimos perdernos en narraciones que cuentan todo con una voz, para ahorrarnos el pensar, pero que sobre todo, nos quitan el deseo de imaginar.
Lee, aunque sea la caja de galletas, pero lee, créeme que es mejor irte a dormir enojado con tu pareja que sin haber leído en todo el día, negándote la posibilidad de haber conocido algo, de saber que cuando lees aprendes a escribir y a identificar que te lastima que los lectores se acaban y eso es un hecho que genera lástima, y la lástima lastima cuando aprendes a acentuar.
Que tengas una bendecida semana.