Cuando alguien dice “no me gusta leer”, pienso en qué tipo de libros han estado en sus manos, frente a sus ojos. Hoy, tal vez más que nunca, la variedad de opciones es infinita y se puede elegir de acuerdo al gusto de cada quien: literatura clásica, contemporánea, la tan en boga literatura infantil y juvenil, el desarrollo humano, las biografías, los ensayos políticos, el cuento, el terror, la novela negra, la poesía y hasta lo erótico.
A mí me cayó Rayuela en las manos cuando tenía 11 o 12 años, y no me apena decir que lo odié. Lo más elaborado para mi edad hasta entonces era Julio Verne, cuyos libros sigo amando hoy y gracias a los cuáles aprendí a usar mi imaginación. Crecí entre cuentos maravillosos que me leía mi padre antes de dormir, mis favoritos eran Tato, el conejito travieso y Ruperto el rinoceronte, pero no todos han tenido la oportunidad de un acercamiento temprano a la lectura de placer. La primera página de muchos está marcada por otros escenarios, como la televisión, con padres que no les leyeron cuentos o a los que sus hijos no vieron nunca con un libro en la mano.
En Qué leen los que no leen (Paidós), Juan Domingo Arguelles afirma que “lejos de seducir a posibles adeptos, los mecanismos de fomento y promoción de la lectura han conseguido todo lo contrario: ahuyentar a los potenciales lectores. A ello se suma el ultraje de desdeñar y vilipendiar a los no lectores, con posturas abiertamente moralizantes y discriminatorias.” De alguna manera, muchos piensan que leer los hace cultos, les da status o los distingue. Pero hay otros, quizá los más, que simplemente leen porque encuentran placer en las páginas de un libro. El músculo cerebral —y el del alma— se entrena para disfrutar y, como todo lo que nos gusta, procuramos repetirlo.
Y como dice Ricardo Cayuela, director editorial de Penguin Random House: “Leer nos permite escapar de nuestras circunstancias vitales inevitables y conocer otros mundos, otros destinos, otros tiempos históricos. Y gracias a nuestra innata capacidad de sentir empatía, a través de la lectura logramos vivir como propias historias ajenas, enriqueciendo nuestra existencia de una manera mágica y milagrosa. Al leer nos crecen alas y echamos raíces. Leyendo podemos ser más de lo que somos. Y así regresamos a nuestra realidad insatisfechos, listos para transformarla (…) Eso sí, el verbo leer, como el verbo amar, como el verbo jugar, como el verbo reír, no soporta el modo imperativo. Leer por obligación es un contrasentido”.
¿Cómo perderse entonces de tan maravilloso viaje? ¿Cómo renunciar a la idea de explorar siquiera tan profundo placer? Una buena idea es empezar por elegir libros de acuerdo a nuestros intereses. Goodreads.com es una herramienta maravillosa para tener una pista de por dónde comenzar y cuáles son las opciones. La cuenta puede conectarse a la de tu Facebook, así que el proceso de registro toma menos de un minuto, y con un par de clics en la opción de “Explorar”, puedes marcar qué quieres leer, en cualquier género, de cualquier extensión, de cualquier autor, de cualquier editorial, en cualquier idioma.
El viaje a la librería es una experiencia en sí, perderse en los pasillos, descubrir libros nuevos, percibir el olor de las páginas, acompañar tu lectura con una taza de café, vivir la atmósfera. No temas preguntar, siempre puedes aprender de los demás y descubrir nuevos intereses.
Libros como El Abrazo, de David Grossman (Editorial Sexto Piso), o la reciente colección Mar Abierto (Pearson), con autores mexicanos como Adolfo Córdova o Judith Segura, son una buena forma de acercarse al placer de la lectura. Si lo que quieres es cultivar ese gusto en tus hijos, una opción maravillosa es Papá, ¿me cuentas un cuento?, de John Olive (Editorial Aguilar).
En mi experiencia, los libros son amigos que rara vez decepcionan.
¡Nos leemos pronto!