La semana pasada el jueves 7 de septiembre, a eso de las 23:49 horas se registró un sismo con una magnitud de 8.2 grados en la escala de Richter, su localización fue en el mar, a unos 133 kilómetros al suroeste de Tijijiapa, Chiapas y a 58 kilómetros de profundidad, por lo que pasaron casi 135 segundos para que se sintiera en la Ciudad de México desde el epicentro. A partir de ese momento se vivió un cierto descontrol, las personas reaccionaron de maneras diferentes y muchas entraron en shock recordando algunas escenas de lo que fue el conocido terremoto del 19 de septiembre de 1985, que aún cuando duró más, fue de consecuencias funestas debido a que el epicentro se localizó a 400 kilómetros y no a 650km como éste último, pues de no haber sido así, por la magnitud habría sido suficiente para destruir cualquier ciudad y causar daños irreparables a millones de personas; sin embargo, más allá de decir: si hubiera pasado una u otra cosa, lo importante aquí es mencionar que la tierra habla por medio de este evento, así como lo hace el cuerpo cuando da manifestaciones de cansancio, o como una madre a su hijo cuando le deja claros algunos límites, de esa forma le está hablando, lo está advirtiendo.
Como es bien sabido, los seres humanos no entendemos de buen modo, siempre buscamos el trato más doloroso para aprender una lección, ya que si no fuera de esa manera no sería posible recapacitar y tomar otro rumbo; ahora bien en este caso hemos dañado por siglos a la tierra, la hemos explotado, le hemos faltado el respeto, le hemos causado dolor, hemos hecho de la tecnocracia una justificación para todo aquello que va en contra de las leyes naturales y del respeto al entorno, al hábitat natural, al medio ambiente y a lo que nos rodea.
Cuando llega una catástrofe las personas piden e imploran a Dios o a aquellas deidades en las que está depositada su fé; a pesar de ello, cuando en apariencia todo se restablece se olvidan de ello y vuelven a contaminar, a abusar de los recursos no renovables, se convierten en depredadores de los ecosistemas. Esto nos pone al descubierto algo muy simple, estamos haciendo todo lo posible por terminar con el planeta, es inminente la existencia del calentamiento global, ya nada puede ocultarlo, tendríamos que ser omisos e incapaces para no aceptar que estamos en la antesala de un deterioro irremediable que tarde o temprano nos cobrará la factura. Es evidente que cada individuo no piensa que sus acciones sean negativas, pero si sumamos todas las colillas de cigarro de los habitantes de una pequeña ciudad tendremos un cencero, eso es lo que respiramos todos los días y hablo solo de cosas pequeñas; no obstante, si nos vamos a algo más grande como la creación de nuevas y mejores máquinas tecnológicas que simplifiquen la vida de una persona, o sea, que la lleven a ser más inútil, tendremos otro resultado, simplemente las pilas o baterías con las que estas máquinas funcionan tendrán un período de vida y cuando estén inservibles: ¿en qué lugar van a depositarlas?, ¿cuál será su destino?, ¿quién será capaz de saber que hacer con ellas sin que afecten al medio ambiente?, y nos podemos seguir, pues como este ejemplo existen cientos, miles, millones, para los que no hay respuesta.
Sinceramente no pretendo dar una clase de fenómenos meteorológicos, de desechos tóxicos o de moral, solo quiero expresar el hecho de que aún cuando esto que he escrito para esta columna el día de hoy se lea ridículo, fuera de contexto o falto de información, es evidente que en algunas décadas el clima estará en el punto de enseñarnos si no a nosotros a nuestros nietos, bisnietos o tataranietos lo que es una glaciación, y eso es la herencia que gracias a la cercanía con el desarrollo tecnológico nos alejó más de nosotros mismos.
Te invito a ser más responsable de tus acciones, a lograr contribuir con algo pequeño, no se trata de que transformes el mundo, sino de que primero transformes tu vida.
Bendecida semana.