Cuando pienso en cómo nos afectan las lealtades familiares o los contratos invisibles que firmamos inconscientemente y que determinan, en gran parte, nuestras vidas, no puedo dejar de recordar una sesión en la que mi psicóloga me puso un ejemplo muy claro: el silencio que se expone en la película El Príncipe De Las Mareas. Toda la familia ha escondido un terrible secreto por años… y claro todos los miembros de esa familia honraban ese “contrato o lealtad no verbal” y nadie hablaba de ello callando ese terrible secreto, a pesar de que esto les corroía el alma destruyéndolos lentamente.
Desde que somos chicos entendemos, a nivel inconsciente, que en la familia hay reglas no verbales que debemos de respetar y lealtades que debemos honrar. Estas lealtades nos impulsan a repetir una conducta ciegamente hacia nuestros ancestros o algún familiar. No importa si el familiar está vivo o muerto, si llevábamos una buena relación o no. Aceptamos ciertas condiciones porque nos da temor perder la atención o el amor de nuestros familiares y, en realidad esto es lógico pues ¿quién quiere ser rechazado en su núcleo o clan? Por ello, “obedecemos ciegamente” de manera inconsciente estos “contratos o lealtades no verbales”.
¿Cuántas veces no has visto en una misma familia que todas las mujeres son madres solteras? Esto es porque las mujeres de ese clan aprenden que los hombres son malos y que no deben de confiar en ellos. ¿Has conocido familias en las que los hombres no se comprometen y que sabotean una y otra vez sus relaciones? El mensaje aprendido fue que las mujeres no son de fiar y que más vale dejarlas antes de que los dejen a ellos.
En mi caso la regla era muy clara: las mujeres debemos de servir a los hombres, nacimos para formar una familia y atender todas las necesidades de esta.
Así crecí viendo como normal que mi papá no supiera ni siquiera en dónde estaba un vaso en la casa y que mi mamá lo atendiera con sumo cuidado y dedicación. Para mí el concluir una carrera universitaria no tenía sentido pues sabía que mi título terminaría arrumbado en un cajón, más bien debía prepárame para ser la esposa y la mamá perfecta.
Nunca le di problemas a mis papás, firmé aquel contrato invisible y lo respeté al pie de la letra cual si de ello dependiera mi vida. Fui una niña sumisa, rescatadora y complaciente que obedecía sin chistar para no sentir culpa con una evidente etiqueta de “niña buena”.
Pocas fueron las ocasiones en las que les causé algún problema a mis padres. Estructuré mi pensamiento y me creé una idea que me parecía incuestionable: el hombre es el proveedor y manda, la mujer es la encargada de la familia y obedece.
Siguiendo fielmente con las lealtades familiares a los 19 años me hice novia de un hombre 8 años mayor que yo y divorciado, mi papá le llevaba exactamente 8 años a mi mamá, y por si fuera poco con el mismo nombre ¡César! En él creí ver características muy similares a las de mi padre para repetir el mismo patrón de conducta heredado.
Cuando mi papá me entregó en el altar me dijo frente al que fue mi esposo: Hijita, desde hoy te debes a César, tu mamá y yo pasamos a segundo plano y él es tu prioridad y lo número uno en tu vida. Estoy segura de que mi papá no tenía idea de lo que estaba haciendo, pero ese mensaje me marcó por muchos años y acepté lo inaceptable, violencia psicológica y física, con la firme convicción de que así debía de ser… tardé 16 años para poder romper por fin de una vez y para siempre ese contrato y renovarlo conscientemente por otro, pero conmigo misma pues hoy sé que la principal lealtad que debo de tener es hacia mí.
No sé cuál sea la lealtad familiar que estás honrando, puede ser que para ti el dinero sea un tabú, que creas que la vida es injusta, que no eres un ser merecedor, que no sepas hablar, que evadas, que creas que no se puede confiar en las mujeres o los hombres, que no puedas comprometerte, que rompas las relaciones por temor a ser abandonado, aquí no se habla de los sentimientos, que no te atrevas a mudarte a otra ciudad por temor a causarle daño a tu familia, que no seas capaz de romper con un matrimonio tóxico o que te tengas tatuada una etiqueta como la de la oveja negra, el torpe, la rescatadora, la sumisa, el bueno, etcétera.
Sea cual sea el contrato que hayas firmado de manera inconsciente este te está impidiendo crecer pero romper esa lealtad familiar es tu responsabilidad. Cuestiónate si estás perpetuando una carencia honrando a tu núcleo o clan. Hoy ya es momento de que sueltes esto y que, como adulto, des el paso a ver el mundo tal cual es y a hacer un contrato contigo mismo y con tus creencias para crecer como persona.
Debemos de aceptar el propio pasado y perdonar a los que nos rodean, pero para que esto funcione es esencial que el perdón empiece por uno mismo. Abraza con amor tus contratos y lealtades sin culpa para dejarlos ir pues hoy ya no te sirven y comienza una nueva etapa de liberación, deja de sobrellevar el día a día y comienza a vivir plenamente desde tu yo sano.
Hacerlo es difícil pero cuando vivas la recompensa te aseguro que sentirás cómo el peso que llevabas se extinguirá y tu paso por esta vida será pleno y ligero…
Así que ¡a hacer un contrato, el más importante, pero con uno mismo y de por vida!
Un abrazo de esos que reparan el alma…
Con amor,