En el cortejo amoroso, sexual, o cuando se desea ligar, la mayoría de las personas han utilizado alguna máscara que transmite lo que deseamos y que comunica nuestro deseo, presentando el lado positivo de la personalidad, rostro y actitud.
Desde pequeños nos educan para poner nuestra mejor cara, sobre todo, cuando hay cierta dificultad para vincularse afectivamente. Disfrazamos o maquillamos nuestra realidad para no herir suceptibilidades, siendo capaces de tomar una nueva identidad, para conquistar, enamorar, o llevar alguien a la cama.
Nuestra naturaleza es vivir con los disfraces, hemos aprendido a nadar con la corriente, con el “qué dirán”, y lo que debe hacerse en base a las reglas sociales. Cómo recuerdo aquellas enseñanzas de la infancia: “calladita te ves más bonita”, “nunca vayas a un bar sola, eso es de gente corriente”, “entre más decente te muestres ante los hombres, mejor te valorarán”, “nunca tomes alcohol y fumes un cigarro porque jamás te tomarán en serio”, “finge el orgasmo para que no sepan que tienes experiencia”, “nunca vayas a la primera a lo obscurito, eso demuestra tu debilidad como mujer”, entre otras muchas cosas más.
Todo lo anterior nos lleva a construir una vida llena de mascaras, como si viviéramos permanentemente en un carnaval ocultos tras unas vestiduras para representar la mejor cara ante los demás, dejando a un lado lo que realmente queremos vivir, disfrutar o manifestar. En la sexualidad no es la excepción. A veces vamos creando máscaras y fachadas para presentarnos de distintas maneras de acuerdo a los contextos y situaciones (ingenuidad, inseguridad, rebelión, cinismo, valentía, honor, etc.) que sólo incrementan una baja autoestima, y peor aún, la desilusión de tu pareja.
Cuántas veces no hemos visto a una persona que se comporta con respecto a la ocasión, esto no es grave cuando no manifiestan grandes diferencias, el problema es que dejan de ser auténticos. Cada vez es más difícil distinguir cuál es la persona real y cuál es la copia, porque parecería que se han convertido en una parodia de sí mismos.
La razón por la que escribo este artículo es debido a que escuché una historia (narrada por una chica), de un hombre atento, caballeroso, amable, amoroso y encantador, que se volvió asfixiante, celoso, con mamitis aguda, y tirano en la intimidad. Irónicamente terminó viviendo una pesadilla de la vida real, mientras ella pensaba que viviría una fantasía apoteósica.
Y, ¿cuántas veces no hemos sabido de personas sumisas y tímidas, pero al momento del sexo sorprenden a cualquiera? ¿No has escuchado historias de personas que, en el noviazgo, vivieron con libertad, sin tabúes sociales, disfrutando de un sexo pleno y divertido, pero al momento del matrimonio se encerraron en una rutina en donde uno de los dos les da vergüenza, se critican, o se juzgan como de lo peor, careciendo de una verdadera intimidad?
Estoy totalmente de acuerdo que cuando se desea cortejar o quedar bien con una persona ponemos nuestra mejor cara, intentamos lograr la conquista deseada; el conjugar la ficción con la realidad es parte del juego, pero el presentar máscaras de diferentes tipos de farsas (a las que se someten hombres y mujeres), no es sano ni divertido, y mucho menos leal para el mejor desempeño de la sexualidad en la pareja.
En las relaciones sexuales, la función de la máscara es para divertirte no para vivir con ella, utiliza tú la máscara no dejes que ella te utilice a ti; esto nos ayuda a liberarnos de nuestras pautas de comportamiento y transmite un mensaje claro del tipo de sexo que queremos practicar. Rompe la rutina automáticamente.