La vivencia de la muerte representa uno de los temas culturales más repetidas alrededor del mundo, cada civilización ha montado una base teórica y ritos complementarios para poder lidiar de forma armoniosa con el estado que representa el final de la vida. En este sentido, México es todo un paradigma que bien vale la pena detenernos un momento.
Un contenido fundamental en nuestra cultura es el reconocer que la muerte representa una fiesta de entrada a un mundo de recompensa y goce, donde se viene a finalizar con las penurias que representa el diario vivir. Esto le trae paz a la persona que se encuentra cercana a enfrentar el final de la vida, pero sobre todo aporta un avance de inicio en el manejo del duelo para la red de apoyo del finado. Los mexicanos no nos detenemos mucho en la descripción del “más allá”, al contrario, establecemos un mundo híbrido de vínculo entre la tierra de los vivos y la de los muertos, donde hay un día máximo de celebración, con altares, fotos, recuerdos, pero, sobre todo, comida y bebida para los de aquí y los que andan circulando en otras dimensiones. Es un momento perfecto para sentarnos unos minutos, hablar entre la familia y reflexionar sobre las virtudes del que se nos adelantó, su legado y lo que aportó en los años que anduvo circulando por este planeta.
Se vale reunirnos, visitar su tumba, poner la música que le gustaba y llenar el sitio de flores coloridas y con amplio aroma que nos hacen disfrutar, nos reconfortan, pero, a final de cuentas, le dan otro contexto, antónimo del sufrimiento a episodios que podrían ser desgarradores y muy sufridos.
Por lo tanto, la muerte a la mexicana, tiene todo un sentido útil en la salud mental comunitaria.