En este momento me encuentro en la sala de espera de un aeropuerto, escuchando fascinada a un hombre de unos cuarenta años que está sentado junto a mí, hablando por teléfono con su hija. Por la forma en que se dirige a ella, deduzco que es una niña. Me imagino lo feliz, segura y amada que ella debe sentirse, así como todos los hijos de padres que son capaces de expresarles su amor y ternura, y de apoyarlos emocionalmente, tal como escucho que este padre lo está haciendo: le dice a su hijita que no se preocupe (no sé de qué), que el llegará pronto y la abrazará y van a ver cómo lo resuelven; luego se despide expresándole toda clase de palabras tiernas, y con un dulce y convincente tono de voz que no deja lugar a dudas, le dice que la adora.
Este apartado está dirigido muy especialmente a los padres; por lo que pido una disculpa a las mujeres que me hacen el honor de leer.
Hoy me dirijo a ustedes, señores, movida por el profundo deseo de hacerles ver lo mucho que un padre influye en la vida de sus hijos. Por eso, con todo mi ser quiero decirles: ¡por favor adoren a sus hijos!
- Exprésenles su amor con palabras, con abrazos y besos. No den por hecho que ellos saben que los aman; necesitan escucharlo y sentirlo.
- Cuando sus hijos cometan un error, aliéntenlos y muéstrenles el camino correcto, en lugar de rechazarlos o hacerlos sentir avergonzados, culpables y malos.
- Cuando les den dinero para la colegiatura, los tenis, la comida, el cine, háganlo con gusto, en lugar de ponerles mala cara y dar ese dinero con reclamos y quejas; como padres, les corresponde cumplir con el sagrado compromiso de mantenerlos y satisfacer sus necesidades.
- Cuando les den un consejo, háblenles de las experiencias de su vida que les llevaron a aprender esas lecciones.
- Permítanles “ensuciarse con el lodo de la vida”, aprendiendo, levantándose, afrontando y solucionando por si mismos, para que se conviertan en personas responsables, maduras y fuertes.
- Cuéntenles acerca de sus sueños, sus proyectos, sus dudas y certezas y sus reflexiones profundas sobre la vida.
- Cúmplanles todo lo que les prometan, para que ellos puedan aprender a confiar y a creer.
- Díganles NO firmemente cuando tengan que hacerlo, aunque se enojen y lloren, porque así desarrollarán la habilidad de adaptarse a todas las situaciones de la vida, y la fortaleza interior para sobrevivir emocionalmente a las etapas difíciles.
- Ámenlos incondicionalmente, y cuando los reprendan por algo, déjenles saber que desaprueban esa conducta, pero de todas maneras los siguen amando.
- Denles las gracias por todas las bendiciones que ellos han traído a su vida.
- Acéptenlos tal como son, porque lo que más necesita un hijo, es gustarle a sus padres y saberse aceptado, amado y aprobado por ellos.
Y así, señores, podrán respirar profundo, con la paz que da la “misión cumplida”. Porque pueden estar seguros de que habrán hecho de sus hijos personas buenas, productivas, sanas y felices.