Bajé del taxi, pagué al conductor y le di las gracias. Me quedé parada junto a mi maleta un momento, mientras, él inició la marcha y comenzó a alejarse lentamente, como dando tiempo a que yo mostrara alguna señal de arrepentimiento. No fue así.
Ese es el primer párrafo de mi libro El día que decidí ser libre en el que relato la verdadera historia de mi vida y el inicio de, lo que pensé, sería mi mayor prisión sin poder imaginar cuán lejos estaba de la realidad…
Con tan solo 21 años me atreví a tomar una de las decisiones más importantes de mi vida y, que me marcó por siempre. Esta fue encarcelarme voluntariamente en el Cereso de La Mesa, en Tijuana junto a mi esposo, César Martínez que cumplía una condena ahí dentro. Él fue acusado de haber defraudado a la casa de cambio en la que trabajaba. Sí, por más inverosímil que suene decidí privarme de mi libertad “por amor”… ¿pero cómo es esto posible? el Pueblito de la Mesa (así era conocido ese penal) fue un experimento en las correccionales en México. En él los familiares de los reos podíamos vivir dentro, si así lo deseábamos, entrar y salir a nuestro antojo o quedarnos dentro como si tuviéramos que pagar alguna cuenta con la justicia y la sociedad. De tal forma que por ello le llamaban El Pueblito de la Mesa, pues era como un mundo abarrotado por un enorme muro de concreto que limitaba este “experimento social” de la realidad.
No habían transcurrido muchos días desde su encarcelamiento cuando César me amenazó con quitarse la vida, con sucumbir ante la tentación de evadir la realidad por medio de las drogas o con idear un plan para escaparse condenándonos a vivir prófugos de la justicia por siempre; me explicó que no podría soportar solo tal agonía, que esa situación lo rebasaba y me pidió que lo acompañara. Yo, teniendo claros rasgos de rescatadora, me sentí responsable de su bienestar. Le prometí que saldría tomada de su mano, cuando los abogados lograran probar su inocencia, y se lo cumplí. ¿Saben lo que es experimentar su propio parto en vida? Después de 9 largos meses cruzamos las puertas de ese penal hacia “la libertad” pero, en realidad lo hice dirigiéndome rumbo a la que fue mi verdadera prisión, yo misma. Mi mente estaba rodeada por barrotes mentales que poco a poco fui construyendo y que me inmovilizaban pareciendo inquebrantables.
Es curioso como uno accede a bailar con los demonios internos de la pareja y esta danza “perfecta” puede durar, si así lo quiere uno, por siempre…Yo decidí estar en un matrimonio que me invitaban a experimentar diariamente una montaña rusa emocional, pasando de tener momentos embelesantes a horas que podrían ejemplificar la peor de las pesadillas repletos de violencia psicológica y física. Tener la valentía de salir de esta “prisión” y dejar a mi psicópata integrado, a mi droga no fue nada fácil. Requerí de ayuda profesional y de una red de ángeles, como llamo yo a las personas que me aman, que me han sostenido en los momentos más difíciles y que me han llevado de la mano hacía la luz cuando yo he estado parcialmente cegada. Sé que sola no lo habría logrado pues me daba terror enfrentar la vida, ser responsable de mí misma y crecer.
Identificar mis “pueblitos” y aceptar que me había anulado como persona fue uno de los mayores actos de amor que he tenido hacía mí. Abrazar mis debilidades con amor y reconocer mi valía fue una experiencia desconocida y gratificante. Ser resiliente logrando amoldarme a las situaciones de adversidad para aprovecharlas y ser mejor persona al salir empoderada de ellas fue encontrarme con una fuerza interna que ni yo sabía que habitaba en mí. Descubrir que Loretta es una mujer maravillosa, confiar en mi intuición y aprender a creer en mí son regalos que hoy conservo celosamente en mi cofre de tesoros.
Mi reinserción a la vida, reconstruirme y sanar mi autoestima ha sido complicado pues nadie que no haya vivido con un psicópata integrado puede entender el infierno que es, pero a base de un arduo trabajo pude renacer y florecer. Poco a poco he logrado convertirme en mi propia proveedora y generadora de absolutamente todo. A los 42 años tomé la decisión de entrar a la universidad al mismo tiempo que trabajaba para poder sostenerme. Me fijé metas claras y reales, decidí enfocarme y trabajar arduamente hasta alcanzar mis objetivos sabiendo que nadie lo iba a hacer por mí. Deje de ser el objeto para convertirme en el sujeto, el papel de “víctima y coodependiente” ya no eran opción pues por fin me atreví a tomar la llave de mi libertad.
Muchos podrán pensar que haber vivido en el penal, que haber estado casada por 16 años con un psicópata integrado o que haber empezado a los 40’s lo que otros comienzan a los 20´s ha sido el mayor “pueblito” que he tenido que librar y no, no es así. Hoy hace 8 años 7 meses que no veo a mis hijos. Aceptar y entender que amar a esos dos seres maravillosos que dan luz a mi existencia significaba permitirles elegir su propio camino ha sido la prueba más grande que hasta hoy he tenido que librar. Dejar de preguntarme ¿por qué a mí? Y cambiarlo por un ¿para qué a mí? Fue revelador, dejar el enojo y entregárselos con todo mi amor a la Virgen pidiéndole que los cubra con el manto de su protección, agradecer la bendición de haber podido ser madre y entender que yo debía de forjar mi propio camino fue liberador. Aprender a soltar y dejar de tener expectativas, porque estas son la raíz de todo sufrimiento, son los mayores aprendizajes que he tenido. Vivir agradecida sabiendo que ellos son mis maestros en esta vida me genera paz. Romper esos barrotes mentales que me aprisionaban, que me impedían crecer y que me convertían en esclava de mí misma fue una tarea muy dolorosa pero el día que lo logré comencé a vivir y dejé de sobrevivir mi día a día.
Si alguien me hubiera dicho hace poco más de 9 años que hoy iba a ser conferenciante, escritora, tallerista y que iba a poder realizar mi sueño desde niña al ser conductora de TV habría pensado que era una burla pues no creía en mí, me creía incapaz. Pero, nunca es tarde para concretar eso que tanto anhelas para alcanzar eso que crees es imposible, para hacer de lo ordinario algo extraordinario y para comenzar a hacer de cada día la aventura más maravillosa que pueda existir Yo nada de especial tengo pues soy igual a ti… pero, ¿sabes? Conscientemente abrí las puertas para que por fin entrara a mi existencia El día que decidí ser libre y con él logré identificar mis “pueblitos”, fui resiliente y ¡me convertí en mi mayor fan!
Yo ya soy libre…¿y tú cuándo decidirás serlo?
Un abrazo bien fuerte, de esos que nos reparan el alma.
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