Recorriendo los pasillos de una librería, me encontré recientemente con un título que de inmediato capturó mi atención y me estrujó el corazón: “Me duele la escuela”, escrito por Marie Claude Beliveau. Como educadora de corazón y a lo largo de muchos años me he topado con pequeños que manifiestan durante el día diversos malestares como dolor de estómago o de cabeza, pero nunca me había enfrentado con una afirmación tan tajante como…. ME DUELE LA ESCUELA.
Pasé el resto del día reflexionando cómo puede doler algo que supuestamente debe de ser el lugar más seguro para un niño ya que es en donde se desarrollan las habilidades sociales, el autoestima, la mente y el espíritu que lo hará triunfar en el futuro.
En ese momento regresé al pasado, «introspectando» que es lo que pudo haber dolido y sí, recordé que duele la falta de reconocimiento y motivación, la carencia o el exceso de límites por la incertidumbre que esto acarrea, los ambientes impersonales y poco cálidos, el miedo a fracasar, la competencia desmedida sin tomar en cuenta las diferencias y las capacidades de cada individuo y en ocasiones el rechazo social.
Entonces no duele la cabeza y el estómago, duele el corazón y las emociones, causando ansiedad y limitando el desarrollo de los niños.
La escuela no debe doler y para ello, el compromiso de los maestros debería ser vincularse emocionalmente y entender las fortalezas y áreas de oportunidad de cada uno de sus alumnos para hacerlos brillar todos los días partiendo de la base que un niño feliz y seguro será social e intelectualmente competente.
Ximena Sandino
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