¿Cómo tratarlos?… ¿con antidepresivos o con amor?
¿Qué estará pasando? Cada día nos encontramos que más niños están siendo medicados contra estos supuestos problemas. En automático, se presupone que y optan por recetarles fármacos con graves efectos secundarios. Sin embargo, lo que estos niños en realidad necesitan, es ser escuchados y amados.
Actualmente, la psiquiatría mundial se rige por el “Manual de diagnóstico estadístico de trastornos mentales” llamado en inglés “DSM-IV”. Hoy descubrimos que todos los procesos normales de la vida como el envejecimiento, la sexualidad, la infelicidad y la frustración pueden someterse a continua medicación. A dicho fenómeno, el British Medical Journal lo denomina “Tráfico de enfermedades”. Existen pruebas que demuestran que todos los “expertos” que participaron en la elaboración del “DSM-IV” sobre trastorno de personalidad, sin excepción alguna, tenían vínculos económico-financieros con la industria farmacéutica.
Efectos secundarios de los medicamentos.
A los niños diagnosticados con hiperactividad o déficit de atención se les recetan fármacos como Rubifen (Ritalina), Concerta, Stratera y Prozac. El Rubifen, por ejemplo, presenta como posibles efectos secundarios: resequedad de boca, vértigo, dolor de cabeza, insomnio, náuseas, nerviosismo, taquicardias, reacciones cutáneas, alteraciones de la presión arterial y, en algunos casos, la muerte súbita del niño; asimismo, puede generar dependencia de tipo anfetamínico. De igual manera, está totalmente comprobado que el Prosac afecta todos los sistemas del organismo. Es verdaderamente una vergüenza ver la falta de escrúpulos de muchos funcionarios y médicos.
Profesores carentes de conocimientos pedagógicos.
Hace años, la directora de la escuela de mi hijo Yeram, una monja encargada de dirigir una escuela y aparentemente comprometida con la formación integral de seres humanos, nos manda llamar a mi esposa y a mí para quejarse de nuestro hijo, diciendo que la maestra de mi hijo no lo soportaba más, pues estaba harta de su hiperactividad y que hasta que no lo lleváramos con un neurólogo no le permitiría entrar nuevamente a clases. Por cierto, cabe mencionar que para mí fue notorio el que dicha monja directora estaba acostumbrada a tratar con padres sumisos y no con personas como nosotros, pues creo pensó que el diablo se le aparecía al ver la reacción de mi esposa que se puso como fiera al defender a su cría. Yo, que soy un poco menos visceral, accedí con esa mujer a llevar a mi hijo a revisión con el neurólogo, pero le advertí que si mi hijo no presentaba ninguna anormalidad neurológica, entonces nos presentaríamos nuevamente ante ella e iba a tener que escuchar muchos argumentos de mi parte.
El neurólogo revisó a mi hijo y después mantuvo una plática con nosotros y contestó todas las preguntas que le realizamos; por último dijo, que no había nada anormal pero que podría recetarle Ritalin para que las monjas estuvieran más tranquilas (increíble verdad), pero ésa fue su respuesta, a lo cual obviamente respondimos que “NO”, en un tono que creo, hasta el día de hoy, ese médico no ha podido olvidar.
Al día siguiente regresamos con la directora de la escuela y me tocó hablar a mí y otra vez creo pensó que el diablo se le aparecía, porque no hallaba dónde esconderse de la vergüenza ante mis argumentos, una de las cosas que le dije fue que si no le parecía extraño que mi hijo llevara tres años en esa escuela y que en los dos años anteriores no tuviera ningún problema con sus maestras y su respuesta inmediata fue: “Bueno es que las maestras de los años anteriores eran pedagogas y la de este año no”. Al tomar conciencia de lo que dijo, sintió tanta vergüenza que el resto del tiempo se mantuvo callada, proseguí diciéndole que su institución era incongruente con sus principios y valores, que ellos no querían formar seres humanos sino máquinas o muebles que se queden sin hablar y sin moverse, que ellos desean niños que no razonen, ni se defiendan ante la frustración y prepotencia de sus maestros, que lo que tenían era un problema de su propia incapacidad, lo cual deseaban resolver drogando e idiotizando a los niños. La monja se disculpó con nosotros de todas las formas posibles, después de ese día, jamás nos volvieron a llamar para quejarse de nada y, por supuesto, al terminar el ciclo escolar cambiamos a nuestros hijos a otra escuela.
Demos amor y no drogas. Cuando un niño muestra angustia, ansiedad, depresión o estrés en sus diferentes formas, la presencia activa de serotonina en su cerebro disminuye naturalmente. La serotonina es un regulador de un sinnúmero de funciones, tales como: el sueño, estados de ánimo, desequilibrios mentales, frecuencia de latidos cardiacos. Lo que hacen los médicos es recetar medicamentos para atacar los síntomas e ignoran las causas.
Yo recomiendo una buena terapia psicológica que incluye estimulación temprana, paciencia, actividad física y lúdica, exposición a luz solar y una buena alimentación; todo lo anterior estimularía la producción de serotonina y la formación de nuevas neuronas, esto es una estimulación natural, sin ninguno de los síntomas adversos que los medicamentos provocan.