A veces, vivimos con ella sin percatarnos que existe. La resiliencia es la capacidad de adaptarte y reponerse a los diferentes impactos del exterior. Es la vía que nos conduce del estado de cambio hacia la transición, en la cual, estamos aceptando y actuando sobre ello. En una analogía, pensemos en una pelota de esponja. Si la aplastas con tus manos se quedará por un momento amorfo, pero al cabo de unos minutos, la pelota vuelve a su estado original.
Así nos sucede a los seres humanos en las distintas etapas de nuestra vida. Estamos expuestos a cambios continuos, en donde muchas veces los cierres de ciclos son muy rápidos o muy lentos quizás.
Los niños y los jóvenes están expuestos a muchos cambios e impactos simultáneos y es por ello que conocer su reacción ante los distintos estímulos externos, es clave.
¿Qué es posible hacer para conocer cómo estamos manejando nosotros y nuestros hijos, la resiliencia?
Una alternativa y ejercicio aportador es hacer una reflexión sobre las experiencias positivas y negativas que hemos vivido y que han sido significativas, relevantes o cruciales en nuestra vida.
Llamemos a este ejercicio “cesta de vida”. En nuestra imaginación, pongamos una cesta del color que más nos guste y a la cual llamaremos “cesta motor” y otra que sea del color que menos nos guste y a la cual llamaremos “cesta de vida adversa”. Iniciemos con una pregunta:
¿Cuál es la experiencia positiva en mi vida, de la cual, he aprendido más?
Y una segunda pregunta:
¿Cuál es la experiencia negativa en mi vida, de la cual, he aprendido más?
Una vez, ubicadas éstas 2 cestas, entonces empezamos a trabajar en las capacidades que utilizamos para obtener ese aprendizaje y que a su vez, fue el instrumento principal para afrontar esa etapa de vida.
¿Qué hacemos con estas capacidades? En primera instancia, tratar de ubicar la situación que se ha vivido. Conocer cómo actuamos ante el entorno y nuestra familia. Ser conscientes de qué aspectos emocionales son con los que contamos y los que nos hacen falta desarrollar. De esta manera, contaremos con una lista de capacidades y otra lista, de aspectos a mejorar.
El conocimiento de los factores individuales, familiares y sociales son muy importantes para darle un nombre a esa situación y definir la problemática que se presenta. Como lo sabemos, a mayor información, mayor control de la situación.
En lo que respecta al cambio en sí, tanto los padres de familia, como los tutores, docentes, los niños y adolescentes, deben de tener muy claro qué aspectos son los que pueden cambiar y aquellos que no. Adicional a la cesta de vida, es importante plantearse este ejercicio que ayudará a dar una dimensión más objetiva de cada situación: Un círculo de dominio. Trazas una circunferencia y en la parte de afuera escribirás aquello que no puedes cambiar de ese acontecimiento que estás viviendo. Por ejemplo, cuando tenemos que mudarnos de una ciudad a otra porque el trabajo así lo demanda, aquello que no podríamos cambiar es que la empresa en la que trabajamos se mudará, por lo tanto no está a discusión. La empresa estará en otra ciudad.
Posteriormente, dentro de la circunferencia, escribirás aquellos aspectos que sí puedes cambiar, ya que está en tu dominio. Por ejemplo, el pensar que la ciudad a la que te cambias, te es familiar porque la conoces desde hace mucho tiempo y cuentas con amistades en ella. Con esto podrás darte cuenta que aquello que está dentro de la circunferencia está en tu control y puedes modificar la manera en que lo ves y lo sientes, aunque el impacto haya sido significativo.
¿De qué estamos hablando al decir aspectos que sí puedes cambiar? Básicamente de una palabra que conlleva a otras; esta palabra es la actitud.
Cuando nuestros hijos enfrentan situaciones dolorosas, estar cerca de ellos, comunicarse y hacerles ver en qué son fuertes, sin duda, esto ayudará a generar aceptación y confianza, y por ende, autoestima y automotivación.
El cambio es el impacto que define una situación de otra, la transición es el proceso, en el cual encontramos recursos en el camino que pueden ser de gran utilidad. Iniciando por los propios, seguidos de la familia, el recurso más cercano de apoyo que tiene un niño y adolescente. Posteriormente su entorno académico y social.
Es muy importante sembrar cada día en el niño y en el adolescente, emociones positivas, a través del ejemplo, de la comunicación interpersonal y social. El cómo nos comunicamos con nuestro alrededor, es el primer “input” que reciben nuestros hijos.
Procurar el autoconocimiento y sembrar la motivación de hacerlo hábito es uno de los principales factores de éxito en el manejo del cambio. Conocer siempre a tu interlocutor es el segundo paso. El generar empatía y ponerte en el lugar de tu interlocutor, dará una ventaja en la situación. Finalmente la interacción social, la competencia sana, en donde todos debemos saber que las capacidades son diversas y que la unión hace la fuerza.
En conclusión, impulsar el autoconocimiento en nuestros hijos, hacer consciente que la actitud, es decir, la manera en la que vivimos y vemos la vida, es el primer paso y finalmente hacer de las emociones positivas un hábito, te prepara para sembrar una cultura de resiliencia.