«Lo sabe todo, absolutamente todo. Figurense lo tonto que será.»
Miguel de Unamuno
Éramos una generación más pero, nuestro sentido de percepción y nuestra etapa química-biológica aunada al ego, nos hacía pensar que éramos única, la más especial y sobretodo la más importante Generación de estudiantes en aquella preparatoria. ¿Por qué? ¡Porque estábamos chavos!
Esa es la más auténtica verdad, que además funciona como un mantra para cualquier generación.
Estábamos en la etapa de vida en que se mezclaba la pubertad tardía, la seudoadultes, la rebeldía incomprendida y la perspectiva de creer que el universo tiene su centro en nuestro ombligo; el mundo gira para ti y lo más importante se reduce a ti y si hay algo que piensas en todo el día siendo un hombre puberto-adolescente es… Sexo.
Sexo; esa palabra reflejaba algo y ese algo, era uno de los misterios más grandes a plena luz. Una completa forma de la ignorancia que en muchas personas aun sigue vigente, algunos lo reducen a la reproducción, al placer, al género etc. Nosotros éramos el modelo actual de la humanidad en aquel tiempo y “la tecnología” estaba a nuestro favor, teníamos encarta y un poco de Internet.
Hoy se que no suena a mucho, pero eran magníficas herramientas. Aunque nuestra ignorancia en los temas de la sexualidad eran exactamente los mismos que un adolescente del siglo anterior. La diferencia era, que la información estaba más cerca y con mayor acceso que los mencionados antepasados, pero nuestra vergüenza era inmensamente más grande que nuestro interés.
Recuerdo una vez que estaba sentado leyendo “las flores del mal” un exquisito libro de “charles Baudelaire” y mi amigo Arturo se acercó hasta mi banca cuando aún no regresaban los demás compañeros y me dijo:
–Oye, Paco, tu que has tenido más suerte con las chicas y ya sabes más sobre ese pex… Pues sabes, es que, bueno pues…
Yo lo miré extrañadisimo y le dije mientras me carcajeaba:
–¿Ahora, qué te pasa?
(En primera porque yo creía lo que él decía sobre tener más suerte con ese tema y dos, porque ahora tenía la obligación de no defraudar esa creencia suya)
–Pues es que el viernes con ya sabes, pues Bety y pues la lleve a la casa, mis papás, iban a llegar bien noche, así que nos dimos un entre y…
–Chingon, ¡Ya te la diste! que Chi…
–No, we, no. No. –Me interrumpio. golpeándome el hombro–.
–¿No que wey?
–No, no se armó.
–¿No traías condón o no quiso, al final o no se te paró?
Mientras me sonreía burlonamente comenzaron a entrar los demás. Arturo movió la cabeza entre enojado y sonriente. Yo me quede un poco con la duda, pero ya no seguí.
Fue hasta la tarde que ya salíamos de clase; me dirigía a la chanca de básquetbol cuando me alcanzó y me dijo:
–Espera pinche Paco, ya no terminé de contarte y necesito saber.
–¿Qué quieres saber?
–Quiero saber que pex.
–¿Que pex con qué? –Dije entre risas–.
–Pues, es que le metí la mano y ya estaba mojadita la panty –Entonces se quedó callado, mirándome–.
–¿Y luego?
–¿No sabes por dónde meterla?
–Si wey, la neta me dio un poco de miedo.
Yo había tenido un par de experiencias anteriormente, pero tanto así como ser el gurú en materia de sexualidad, pues ni tantito. Así que lo mejor que pudimos hacer fue ir a la biblioteca juntos.
Llegando a la biblioteca buscamos un libro de sexualidad y encontramos una enciclopedia donde pudimos ver algunas imágenes acerca de los aparatos reproductores de ambos géneros. Arturo y yo no teníamos ni idea de lo que implicaba todo eso.
Cambiábamos de hoja cada que pasaba alguien, porque no queríamos que las personas pensaran algo malo de nosotros al por estar viendo penes y vaginas.
Nuestras dudas crecieron y la verdad es que como tal, la información que había allí no respondió la duda de Arturo así que sobre el dibujo le señale y le dije como si fuera un mapa lo que deberían de hacer, pero lo más importante debía de ser la seguridad.
–Debes tener seguridad y usar preservativo; deben cuidarse.
Después hubo un silencio extraño, guardamos la enciclopedia y salimos con más dudas (teniendo tan cerca a muchos profesores).
Decidimos mantener nuestras dudas y continuar nuestro día. Porque sin duda ninguno de los dos en ese momento sabíamos bien por donde encontraríamos las respuestas.
Francisco Javier Garrido