El pasado domingo se cumplió el centenario de nuestra constitución política y es un buen momento para reflexionar en dicho acontecimiento desde el punto de vista histórico y desde el punto de vista del crecimiento personal.
¿Para qué se hace una constitución? Es un conjunto de leyes y normas que dictarán la forma en que se conducirán y comportaran los ciudadanos, en este caso de un país, México.
Cada constitución responde al contexto social e histórico en el que se elabora, por ejemplo la constitución de 1814 se hizo en plena lucha de independencia y una de sus principales leyes es que el poder de una nación radicaba en el pueblo, estábamos terminando con una monarquía y era tiempo de un cambio.
En 1824 ya como un país independiente se le dio amplio poder a la iglesia católica, la cual declaramos como única y oficial de nuestra naciente nación, la constitución de 1857 le quitaría todo sus derechos y oficializaría la separación entre la iglesia y el estado.
Para 1917 el mundo había cambiado, nos habíamos industrializado, el pueblo exigía mejoras laborales y medios que les permitiera crecer como personas, tuvimos toda una revolución para que se reconocieran estas nuevas tendencias y así nació la constitución de 1917.
Se dice que fue la más moderna de la época y no lo dudo, hoy se habla de cambiarla de reformarla se dice que ya es obsoleta, pero para mí de nada sirve una constitución aunque sea la mejor si no se exige la aplicación de la ley y hay una consecuencia al evadirla.
Decía Antonio López de Santa Ana que en este país las leyes eran para los pobres, para los miedosos y para los “pendejos” y tal vez sus palabras se sigan aplicando hoy en pleno siglo XXI, las leyes no las saltamos todos o las acomodamos a nuestra conveniencia.
Hablamos y pedimos un México diferente, las instituciones y las leyes ya las tenemos ¿Qué falta? Que todos nos comprometamos con hacer las cosas bien.
Nos vemos el próximo miércoles.