La sexualidad ha sido siempre un ingrediente de todos los espectáculos visuales, aunque la censura ha pretendido, por lo general, regular la forma en que se expone al público. En 1935, se prohibió a la industria cinematográfica norteamericana el recurso del erotismo. En consecuencia, las películas de aquellos años se basaban en la insinuación y la indirecta más que en la exposición directa, a pesar de que actores y actrices como Clark Gable, Cary Grant, Jean Harlow y Marlene Dietrich, lograban que un simple beso pareciese una orgía.
A partir de la década de los sesenta, los estudios cinematográficos y la Asociación Nacional de Exhibidores de Cine cayeron en la cuenta de que un poquitín de erotismo en las películas ayudaba a vender entradas. Después de la disolución de las juntas de censura de Nueva York, Chicago y Maryland, los productores de cine empezaron a explorar, un poco a tientas, los límites de la permisividad sexual. Poco a poco, el éxito de taquilla y la ausencia de censura fueron los factores que, de manera exclusiva, determinaron la sexualidad en la pantalla.
En la década de los setenta, se tendió a realzar las connotaciones sociales del sexo, muestra de este tipo de cine lo constituyó la película Coming Home, en la que Jane Fonda y Jon Voight dejan ver con sensibilidad el hecho de que una persona con discapacidad es capaz de tener deseo y desempeñarse sexualmente.
En el curso de dicha década surgieron las salas exhibidoras de películas catalogadas X, que atrajeron a una clientela distinta de la habitual. Por años se producían clandestinamente, para consumo privado, filmes pornográficos; pero, en general, la fotografía, la banda sonora y la interpretación dejaban bastante que desear. Películas como Deep Throat (Garganta profunda), The Devil in Miss Jones, o Behind the Green Door fueron recibidas con largas colas ante las taquillas. En 1978 tuvo lugar un irónico y brusco cambio en la actitud de la censura, ante las protestas que suscitó la película Hardcore, en la que George C. Scott asume el papel de un padre desgarrado por el dolor, que emprende la búsqueda de su hija adolescente, vista por última vez en una película porno. La Asociación de la Industria Productora de Películas para Adultos (AFAA), se quejó de que la película en cuestión describía inadecuadamente el trasfondo y la mecánica de su actividad, y casi llegó a frenar del todo sus producciones.
Al comienzo de los ochenta, la sexualidad era algo más que un excitante cebo, por ejemplo, distintos filmes trataron facetas insólitas de la homosexualidad, desde las menos atractivas -como los sórdidos bares de homosexuales frecuentados por individuos ataviados con prendas de cuero, en un clima de violencia y asesinatos, que presenta la película Cruising– hasta los refinados ambientes y famosos personajes de Nijinsky, el gran danzarín y coreógrafo. En 1982 aparecen películas como Personal Best, protagonizada por Mariel Hemingway, que aborda con gran realismo las experiencias lésbicas de una joven deportista; Making Love, que relata el caso de un médico de Los Ángeles que deja a su esposa para irse a vivir con un amante homosexual; y la humorística Víctor, Victoria, en la que Julie Andrews desempeña el papel de un hombre que finge ser una mujer, una película que sin duda alguna está de lleno en la línea es La cage aux folles, que alcanzó un gran éxito en los escenarios de Broadway. La sutil comedia titulada Risky Business alcanzó una gran acogida, la historia de un adolescente que ve transformado su futuro cuando, sin darse cuenta, se encuentra dirigiendo un burdel en la casa de sus padres, situada en una zona residencial, lo que le procura dinero en abundancia. Menos éxito de taquilla tuvo una película poco conocida y rodada en 1983, Lianna, que aborda la temática del lesbianismo sin tapujos ni gazmoñería. Es posible que esta filme sólo llegue a recordarse por una escena en la que la protagonista, se encuentra con otra mujer en la lavandería: “Soy gay”, proclama Lianna con satisfacción, y la otra responde: “Soy Sheila”.
El tema sexual en las películas posteriores a los ochenta ya no es el núcleo de la trama ni, tampoco, una cuestión marginada. Parece, que la sexualidad ha encontrado en el cine el puesto que le corresponde, entretejida tan intrincadamente en los argumentos como lo está en la vida.