“Los vicios vienen como pasajero, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos”
Confucio.
Teniendo casi los 9 ya había sido testigo de ver en las peores condiciones a grandes guerreros, aquellos hombres que habían forjado una pequeña leyenda de su nombre. Desde boxeadores campeones del mundo hasta aquellos que eran alguien en el barrio donde vivía.
Nunca entendí porque siendo tan grandes, con tanto poder en sus manos nunca habían podido decir no y cambiar el rumbo de su historia.
Pero, aquella tarde de vacaciones de verano. Yo, Siendo un niño me encontré de frente con ese enemigo sutil que todos ellos creyeron era su amigo y al final los llevo a la decadencia y la ruina; llevándolos por lugares en los que no se le desea a nadie que vayan a conocer.
Scoponi, era el vato mas rudo que yo había ubicado, muchos de los chavos querían ser como él y le seguían, tenía ese apodo por su larga melena china y por ello “según” se parecía a un jugador argentino de futbol que tenía mucha fama en ese tiempo en el futbol mexicano.
Scoponi tenía una moto que para todos nosotros era “wooow” tiene moto y nosotros los más chicos, teníamos bicicletas que a veces les poníamos la botella del frutsi para que sonara como motocicleta.
Scoponi fumaba, (eso para mí era normal porque mis abuelos fuman y mis padres fuman) vestía chamarra negra de cuero, botas con hebillas, jean rotos a la altura de las rodillas y las chavitas de secu estaban babeantes por él. Amigos míos y algunas chavas comenzaron a fumar y a cambiar su manera de vestir y hasta de hablar. Muchos decían que Scoponi era como un Dios, cosa que no podía comprender porque yo tenía la idea de un Dios y era el papa de Jesucristo.
Una tarde; aquella que le platicaba al principio andaba por las calles del barrio en mi bici y Scoponi me hablo, estaba solo sentado en una esquina junto a una grabadora color plata de esas que tenían espacio para un casete y para captar la radio. Me dijo:
-ven wey-
¿Qué paso?, me acerque entre emocionado porque él me hablara y con un poco de miedo. Olía a yerbas quemadas y a sudor un tanto viejo. Atrás de su cortina de cabellos largos estaba el rostro de un chavo de ojos muy claros, una nariz perfila y una boca pequeña de labios pronunciados. Como esos rostros de los niños riquillos que salían en las novelas del 2. Eso me sorprendió porque yo imaginaba que él era más feo; hasta con una cicatriz en la cara estilo Sagat de la Street figther.
-Tírame un paro, ve en tu bicla por 2 chelas a la tienda en esta bolsa-
Solo asenté con la cabeza, tome la bolsa, el dinero y Salí a toda velocidad. Esa misión era fácil para mí porque mi papa y mis tíos me lo habían pedido muchas veces. Sabía que tenía que volver rápido y traer las más frías.
Cuando regrese él estaba con otro más y me dijo siéntate.
Pusieron bien recuerdo la música, “Riders on the storm”
Scoponi dijo: Jim Morrison es todo un Dios. Paso lo mismo, no entendía nada sobre los dioses, ni lo que decía el que cantaba, pero la música si me encantó.
-esta chingón, ¿Qué no morro?-
-simón- le respondí sin darme cuenta había cambiado mis palabras y mi tono. Me sentía parte de algo, más que de mi propia familia y solo habían pasado unos minutos. Scoponi era especial sin duda; su amigo le dio unas caladas a un cigarro que ellos habían hecho, se lo dio a Scoponi que hizo lo mismo y me lo pasó a mí…
Javier Garrido