Me siento afortunada de haber nacido en los 60´s y con ello empezar a disfrutar de las posibilidades de una vida que mis “ancestras” les hubiera sido imposible imaginar. Fui a la Universidad, me casé con quien quise, he trabajado toda mi vida, me he especializado, diversificado y refinado en mi profesión. Tengo los hijos que elegí tener y vivo bastante a mi placer…
No he sido ajena al tema del amor; he conocido el matrimonio, también los deslices efímeros y me he quemado –a fuego lento o de un jalón- con la pasión. ¿Cómo es entonces que de vez en vez me gana el abrume, me absorbe el cansancio y me pasma cierta desolación?
Las mujeres hoy hemos conquistado muchos territorios nunca antes pensados para nosotras, vamos escogiendo lo que antes se nos imponía y disponemos de más recursos para diseñar la vida a nuestro mejor entender. Pero muchas veces minimizamos que lo que para nosotras son grandes logros y liberación, también tiene una trampa de exceso y de invisible coerción.
Tenemos nuevas posibilidades y pisamos nuevos escenarios, sí; pero, ¿alguien nos sustituye realmente en nuestro rol ancestral?; ¿podemos compartir paritariamente tareas que se nos han adjudicado por aquello de nuestra “naturaleza femenina” y que en ocasiones más que realizarnos nos atrapan dejando una vida con poco equilibrio personal?
Clara Coria, en su libro “Los Cambios en la Vida de las Mujeres” describe cómo las féminas aún nadamos contra corriente. Define la contra corriente como todas esas tareas y funciones que las mujeres realizamos para que marche la vida de los demás.
En nuestra esfera privada habilitamos la vida de nuestras familias y quereres cercanos: parejas, hijos, padres, hermanos, amistades y compromisos sociales en general; y en la esfera pública (instituciones públicas y privadas, laicas y religiosas, educativas o laborales) también desempeñamos roles y puestos de trabajo –con sueldos con frecuencia menores a los de los varones- tendientes a proporcionar servicios que faciliten la vida de quienes están a nuestro alrededor. Hay sus excepciones, las hay, pero pareciera que en el ser mujer está dicho que hemos de “ser para los otros” y dejarnos en segundo lugar, siempre por supuesto esforzándonos un tanto de más.
Y ahí andamos haciendo “circo, maroma y teatro”, buscando recursos y armando malabares para hacerlo todo y hacerlo bien. Pero, ¿será necesario, lógico y natural que seamos una especie de “superwoman” que explicita o recónditamente se siente a punto de tronar? Querer conciliar tantas faenas nos supera en demasía, nos deja escaso tiempo libre y merma de forma considerable nuestro bienestar.
Soy lo último parecido a la proclamación de la mediocridad, pero evidentemente noto en mi cuerpo y en mi psique, al igual que en el de muchas de mis congéneres, que hacemos demasiado y por eso nos extenuamos. ¡Ah! Y solo nos quejamos cuando ese “demasiado” o se nos “pasó de tueste”. De vez en vez una explosión, ¡cómo no, si somos humanas!; sobre todo cuando vemos que nuestros queridos más cercanos -que nos aman, sí, pero se nos cuelgan, también- tienen más tiempo libre, menos responsabilidades, más diversión y menos agotamiento. Es hasta entonces que empezamos a cuestionar si no podremos “tener una rebanadita de ese mismo pastel”.
Las mujeres, de la mano de nuestro imparable desarrollo, seguimos cargando a cuestas (y en solitario) los mandatos de ser buena madre, buena hija, buena compañera, buena trabajadora, buena esposa… Manejamos así dobles y triples turnos y desplegamos la impronta de ser “satélites de los deseos ajenos” y amalgama del “verdadero amor”. ¿Se abusa de nosotras? Sí. Y con un espejismo de “libre elección” lo que se perpetúa es un “sexismo de libre elección”. Por eso no entendemos: si nosotras escogimos nuestra vida ¿por qué nos sentimos tan mal?. Es que adaptamos nuestras preferencias a lo que se nos ofrece, pensando que elegimos con libertad. Nadar contra corriente desgasta, el problema es que a punta de hacerlo y de que nos salga, nos parece normal.
No solo las alternativas reales siguen siendo limitadas, sino que los condicionamientos de género siguen condicionando nuestro pensar, sentir y actuar. Aún falta una conciencia para cuestionar más la forma en que vivimos, y también faltan verdaderas alternativas que concilien lo laboral, lo familiar y lo personal. En eso estamos muchos, y seguimos sembrando de a poquito, pero entendamos pues -y comprendan quienes creen que la igualdad de género ya es una conquista: ¿cómo no nos vamos a agotar?
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