Muy probablemente has vivido la experiencia que te digan cosas que tienes que mejorar y -seamos honestos-, por acertadas que sean, tienes el impulso de defenderte o justificarte. Puedes tener la madurez de recibirlo y mejorar las cosas, pero te quedas con un mal sabor de boca y si tienes cerca a alguien que suela mostrarte demasiado esas cosas, es probable que sientas que haces demasiadas cosas mal.
Como dice el dicho: “En el pedir, está el dar”. Existe una mejor manera de decir esa retroalimentación y que motiva a la gente a poner manos a la obra. Esa forma se llama la hamburguesa y consiste en:
Pan: Algo que sabes que la persona hace bien o a puesto especial empeño en mejorar. Por ejemplo, “Me da mucho gusto que desde la última vez que platicamos, estás siendo mucho más puntual en tus horarios de trabajo y me gusta ver que te esfuerzas y corriges”.
Carne: La cosa que le quieres pedir que mejore. Por ejemplo: “Sin embargo, he notado que tu imagen es un poco descuidada. Es importante que procures verte mejor para los clientes, ya que eres un gran represéntate de esta empresa”.
Pan: Nuevamente algo que notes que hace bien. Ejemplo: “Nos encanta la actitud que tienes con la gente que tratas; suelen decirnos mucho que tus visitas son muy agradables”.
De esta forma, es difícil dar la impresión de que sólo te fijas en lo que la otra persona hace mal y al reconocerla, le das ánimos para seguir haciéndolo, ya que sus esfuerzos son vistos y reconocidos. También le muestras que tiene la posibilidad de hacer las cosas bien.
Es importante que el pan sea pan y no oblea -a veces- sólo por cumplir el requisito reconocemos por reconocer, sin mirar a la otra persona. También cuida las proporciones; si le voy a dar una retroalimentación muy grande, cuido que el pan sea igual de grande que la carne. De igual manera, si la retroalimentación es pequeña, dale un pan acorde a esa carne.
Esto aplica igual para pareja, colaboradores de trabajo, amigos, hijos… Recuerdo que una paciente mía menciona mucho que ella solita y sin que nadie se lo pidiera, comenzó a hacer su cama; se lo reconocieron un par de veces y después -eso que ella decidió hacer sin que nadie se lo pidiera- fue una obligación y recibió más regaños que reconocimiento.
No olviden también, darse retroalimentación de hamburguesa a ustedes mismos. Muchas veces, nuestros peores jueces y verdugos somos nosotros mismos. Reconocernos que -de hecho- crecemos y avanzamos, no nos cae nada mal. Recuerdo que fue en una de las mejores citas de mi vida, donde comencé a aprender a reconocerme; si les gusta el chisme y quieren conocer la historia de esa cita, no se pierdan mi siguiente columna donde también les diré cómo tener una cita así de genial.