A partir del conocimiento de que el mundo de la salud mental incluye, no solamente, a nuestras emociones, sino a nuestro funcionamiento intelectual y a nuestras conductas, se tiene que decir que es súper importante la opinión de las personas que me rodean y que me conocen, acerca de cómo me perciben y como notan que está mi funcionamiento. Frecuentemente, el propio afectado es el menos calificado para darse una calificación y juzgar de forma adecuada como se encuentran sus propios parámetros.
Existe una pregunta recurrente en mi consultorio y en mis redes sociales: ¿Cómo hago entender a alguien que quiero que debe de tener conciencia de que no está bien y que necesita recibir ayuda? Los consejos para este problema son siempre los mismos: nadie puede ayudar al que no quiere ser ayudado, aprovechar y hacer un “set” especial para poder bajar las defensas del afectado y hablar de sus problemas, conversar con él desde mi experiencia en primera persona de verlo mal y no desde un lugar común de lo que “debe de ser”, etc, etc, aunque frecuentemente recibo la retroalimentación de que aún estas estrategias son infructuosas e insuficientes para lograr que el afectado decida acudir a una valoración.
Mi propuesta en sentido, es que una de nuestras responsabilidades como adultos responsables, debe de ser el de abrir un espacio, más o menos dos veces por año, para poder interrogar a mi primer círculo sobre lo que observan de mí y recibir su retroalimentación, de la misma forma que estamos acostumbrados a las revisiones y sesiones de comentarios con nuestros inmediatos superiores en la oficina. Contar con un espacio, donde bajemos nuestras defensas y nos mostremos receptivos a lo que tengan que decirnos, desde un lugar de cariño y respeto las opiniones de las personas a las que le importamos.
Sería muy valioso instituir un ejercicio de este tipo, del mismo modo que ya tenemos comprado el hacer un check up para salud metabólica o para cáncer cuando menos una vez al año.
¿A ver qué les parece esta propuesta?