Entré en el salón y me encontré con un montón de rostros nuevos y esto da paso a una sensación extraña. No puedo definir si es miedo de no saber si los rostros son de futuros amigos o enemigos, o si es porque todos ellos ya han convivido desde hace dos semanas y yo apenas me estoy integrando, y eso significaría que jamás me aceptarían como uno de los suyos.
Temo que el profesor me presente ante los “compañeros”, pero en lugar de eso me pide que me siente donde encuentre lugar y esto es un gran alivio.
Camino en busca de banca cruzando miradas ocasionalmente con los chicos y chicas, pero en ninguna de esas miradas aparece la compasión o la solidaridad, sino la indiferencia.
Entre más de 50 alumnos, al fin doy con los despojos de una banca que nadie quiso porque ya no tiene tornillos, se le cae la paleta de madera y tiene mal dibujado un burdo pene en el asiento.
La ensamblo como puedo, pero algo dentro de mí me dice que todos me observan y que sólo están a la espera de que me siente en la banca con el pene dibujado para soltar la carcajada, así que me siento a regañadientes, pero una vez más, a nadie le interesa lo que yo haga.
No quiero hacer más contacto visual con nadie, sólo quiero que se acabe el día, así que meto la mano en mi mochila y me encuentro con ese cuaderno nuevo. ¿Dónde están mis viejos cuadernos con mis dibujos de vampiros y sayayines?
Todo es ajeno y no hay escape. Ya dejé la primaria y entrar a la secundaria es parte de crecer.
Cuando llega el recreo me encuentro con que no se llama recreo, sino receso. Lo medito bastante y pienso en lo importante que debe ser para algunos profesores que así lo llamemos y con esto, no pensar que debemos usar ese tiempo para recrearnos, sino que debemos usar ese tiempo para relajarnos y descansar; para no darles problemas. ¿Ni eso puedo conservar?
Parece que esta etapa de la vida no va a terminar y no me equivoco. Por primera vez soy consciente de los cambios, pero esta vez soy yo quien tiene que afrontarlos solo.
Parece que no, pero ese fue el primer día de una de las etapas más hermosas de mi vida. Mágica y llena de posibilidades. Una etapa donde conocí el amor y el desamor, la responsabilidad y las consecuencias, la plenitud y la profundidad de las emociones, la independencia y mis siempre flexibles límites. Mi adaptabilidad.
Desde entonces me encantan las nuevas experiencias, porque en ellas encuentro oportunidades. En cosas radicales como un cambio de casa, una nueva pareja o el arribo del legado de mi estirpe, o en las cosas más pequeñas como un nuevo Plugin, o una nueva responsabilidad en el trabajo.
Hoy estoy frente a tres de los retos más importantes de mi vida. Cosas que te cambian completamente el futuro.
Vuelvo a sentir miedo, pero también la emoción por saber cuáles son mis límites.
Estoy completamente convencido de que en todos nosotros vive esa capacidad de adaptarnos a cientos de cosas que se nos hacen frente. Es un proceso evolutivo que nos ha llevado hasta donde estamos hoy. Es algo primitivo que tenemos que ejercitar en cada oportunidad que tengamos, porque si lo descuidamos ya no podremos comernos al mundo y él terminará por comernos a nosotros antes de lo previsto.
Estamos acostumbrados a acondicionar nuestro entorno para que éste se adecue a nuestras necesidades y un ejemplo claro es la manera inconsciente en la que devastamos áreas naturales para poner sobre ellas enormes condominios en los que pretendemos vivir cómodamente.
Con nuestra adaptabilidad podemos encontrar equilibrio y podemos disfrutar de momentos, personas y cosas que cualquier otra persona sufriría.
“No sobrevive la especie más fuerte, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio.”
Charles Darwin