Para todos los grupos ha sido difícil enfrentar una situación de emergencia sanitaria y de confinamiento en la cuarentena del COVID-19. En esta ocasión me quiero centrar en el grupo de los adolescentes. No es que se la estén pasando peor que los demás grupos, pero, al igual que cada sector requieren de una atención especial en este período de crisis. Puntualicemos:
- Se les forzó a irse a escuela en línea en casa. Los colegios, los maestros, las plataformas y, ellos mismos, como alumnos, no estaban preparados para esto. Este formato exige de un esfuerzo inédito de atención y concentración, así como de organización de sus actividades, que nunca habían enfrentado. Se que los adultos tenemos muchas cosas que hacer, pero ha sido cada vez más frecuente, e inevitable, salir al paso y ayudar a nuestros hijos a adaptarse a la escuela digital.
- La limitación de la socialización presencial fue súbita y sin período de adaptación. De tajo se acabaron las fiestas, salidas y reuniones que son parte de la rutina tradicional de esta edad. Esto nos ha enfrentado a tener que ser más flexibles en el uso de la tecnología para que puedan sostener una socialización necesaria para su desarrollo.
- El adolescente pasa por una etapa en la que tiene que separarse de los valores tradicionales aprendidos en su familia y con sus padres para buscar formar una independencia que es básica para cimentar su personalidad de adulto. Encerrados en un espacio con toda la familia, sin momentos de soledad, los ha obligado a poner en pausa su diferenciación y esperar para un momento más prudente.
- El confinamiento ha limitado y suspendido sus patrones de actividades físicas y deportivas. No es lo mismo tratar de hacer ejercicio dentro de la casa y al mismo tiempo que el resto de la familiar navega por la sala. Tenemos que apoyarlos en que puedan tratar de cumplir con un período de activación física diario.
- Esta etapa de la vida, por el gran desgaste metabólico que representa el desarrollo de caracteres sexuales secundarios, requiere de muchas horas de sueño, en los cálculos más restringidos, alrededor de 10 horas diarias. Con el cambio de las rutinas habituales por la cuarentena, y el período sin clases de la Semana Santa, nuestros hijos voltearon sus ciclos sueño-vigilia. Es un punto más, donde han requerido de nuestro apoyo para poder establecer rutinas de vida saludable y regresar a un sueño reparador.
La experiencia que he observado en casa y en el consultorio ha sido de gran cooperación y participación por parte de estos “jóvenes en ciernes”, pero como han podido leer, es innegable que requieren de nuestra guía y participación para que logren aportar lo necesario para salir delante de esta contingencia.