Uno de mis mejores amigos se empeñó, de todas las formas posibles, en hacerme entender que fumar no me estaba haciendo ningún bien. La verdad es que de alguna forma había pasado de un niño hiperactivo y platicador a un adolescente inseguro y retraído, pero al tener un cigarrillo en la boca me transformaba. Me hacía sentir por esos breves minutos en los que el azulado humo del tabaco ascendía por mi brazo e impregnaba mi ropa de ese desagradable pero varonil aroma, como una persona con el carácter necesario para hacer cualquier cosa; desde hablar con una chica que no conocía, hasta comenzar una pelea con alguien que cruzara miradas conmigo, pero todo eso, mi amigo no lo sabía.
Constantemente nos sentamos a charlar de cantidad de temas relacionados con la filosofía (aún lo seguimos haciendo) y muchas veces terminábamos en la discusión del cigarrillo. Por vergüenza no le revelé lo que ya les he mencionado, pues pensaba que me trataría como una persona débil, pero además había otra cosa, y era que no quería dejar el cigarro, pues cuando me diera la gana lo haría sin problemas… qué equivocado estaba.
Un día, después de cuatro años de haber comenzado a fumar mi primer cigarrillo, decidí que era tiempo de dejarlo, pues toda esa seguridad que alguna vez había sentido ya no dependía más del cigarro e incluso comenzaba a pensar que las personas que fumaban en realidad eran algo tontas (y evidentemente comencé a pensar que me veía tonto fumando). No le conté a nadie lo que pretendía, pues la siguiente vez que uno de mis amigos me ofreciera un cigarrillo le diría que lo había dejado y además no necesitaba que alguien se acercara a ayudar con una tarea que (en teoría) era tan simple como dejar de prender eso tubitos de cáncer. ¡Dios! Creo que es una de las cosas más difíciles que he hecho en la vida.
Para cuando tomé la decisión ya no charlaba tanto con mi amigo, pues los tiempos habían cambiado y cada quien andaba muy metido en sus asuntos; e incluso las veces que nos llegamos a ver, él ya se había resignado a que yo era un fumador y que en realidad lo disfrutaba, así que ya ni siquiera insistía en sus viejos argumentos. Los siguientes cuatro años, empleé toda clase de estrategias para dejarlo, pero ninguna resultó. No fue hasta que un día, desesperado le dije a mi roomie (que recientemente había dejado de beber y fumar por problemas de salud) que me ayudara a superar mi vicio. Le había dicho algo que en realidad me parecía vergonzoso confesar a quien fuera, pues no quería que pensaran que era débil, pero lo había hecho porque él había pasado por lo mismo y en realidad lo había dejado tan fácil como apagar el switch de un aparato. Podría haberme acercado al viejo amigo que había insistido por años que lo dejara, pero él jamás había sido presa de una adicción como esa y (según yo) no entendería lo difícil del proceso.
No haré el cuento largo, pues al final, mi roomie fue quien me ayudó a superar ese vicio y fue la persona con la que estoy eternamente agradecido, y a quien a todos presumí como mi salvador; pero la historia aún no termina, pues con el tiempo descubrí que de alguna forma, mi viejo amigo estaba un poco resentido porque él había estado diciéndome por años que dejara de fumar y yo no había hecho caso. Me sentí algo culpable, pero después entendí que había querido actuar en el momento equivocado. A veces las personas necesitamos tocar fondo, para dejar el orgullo a un lado y estrechar esa mano que nos estiran para sacarnos del hoyo.
Aprendí esa lección a la inversa y me ha ayudado bastante a no perder la paciencia. A veces conocemos personas que queremos mucho y que vemos están cometiendo un error, pero es necesario que no intervengamos hasta que, de alguna forma, nos pidan que les ayudemos, pues de lo contrario, podríamos comenzar a desgastar una bonita relación y cuando al fin necesiten de nuestra ayuda, no sea a nosotros a quien recurra esa persona o simplemente no podamos ver las señales porque estamos cegados por el resentimiento.
Todos en este mundo somos diferentes y cada uno tiene sus procesos , tiempos y formulas. Debemos de entender que todos vamos a aprender en algún momento las mismas lecciones, pero cada quien a su ritmo y forma.
Si hay una persona a quien estas buscando ayudar, primero es necesario que sepas si esa persona ha comenzado a ayudarse a sí misma o de lo contrario estarás perdiendo tu tiempo, y después analiza si tú eres la persona indicada para la tarea.
Si no es así, dale su tiempo y espera el momento correcto para actuar, ¿cuál es ese?, desafortunadamente podría ser hasta que esté tocando fondo y haya dejado su orgullo de lado.