Decidí salir a pensar un rato y alejarme, o tal vez reflexionar de los problemas que me invaden, de las cosas de la casa y del trabajo. Me daré un tiempo conmigo mismo en lugar de explotar con mis hijos o esposa, ellos no tienen la culpa de la mayoría de las cosas que están pasando.
Aunque vivo en la ciudad, por alguna razón, ahora el aire es agradable, fresco y limpio, quizá sea por la presencia de los árboles. Disfruto de la temperatura que da el atardecer, el estrés que invade mi ser se despide y me deja paulatinamente.
Comienzo a caminar más despacio y me doy la oportunidad de respirar profundamente, mirar hacia arriba, estirar mi espalda y los brazos a los lados, ligeramente hacia atrás. He tenido muchas ideas, pero justo ahora entiendo, ¡qué gran idea salir a caminar!
Mis pulmones se llenan de aire fresco, y una sensación de paz comienza a correr por mi sangre, las piernas y la espalda se aflojan y pierdo la rigidez y el dolor en mi cuello y hombros. Mi sangre comienza a limpiarse y mis huesos entran en calor. Justo ahora es muy distinto que el caminar a prisa para llegar al trabajo, ¡justo ahora caminar a paso lento me da placer!
En éstos últimos cuarenta y cinco segundos dejaron de pasar autos, percibo el silencio agradable y presto más atención a mis pisadas, siento el seductor aroma a ramas del parque y el olor a tierra mojada de la llovizna que está por comenzar. Puedo escuchar el crujir de las ramas y hojas tiradas en el suelo otoñal mientras camino.
Es mi tiempo, es mi espacio, no quiero que termine y sé que lo disfrutaré más si me olvido por completo del teléfono móvil. Soy libre, no quiero cometer el error de ver mi celular, sólo somos yo y mis pasos.
Suspiro y agradezco por éste momento. Ya ha oscurecido, y las diminutas gotas refrescan mi cara. Me siento mejor. Ahora regresaré a casa y daré lo mejor de mí con mi familia. Acabo de descubrir algo, ¡Qué agradable es caminar!