Tenía cerrados los ojos y sentía el tibio sol del atardecer sobre mi piel. La brisa iba y venía como las olas de la playa, acariciándome los vellos de los brazos y la nuca. El cantar de las aves era el único sonido que se podía escuchar y de vez en cuando una que otra lejana carcajada de los niños que jugaban cerca de los columpios y lejos del lugar donde acostumbrábamos entrenar wushu. Tenía los ojos cerrados tratando de alejar de mi mente el dolor que las «formas básicas» me provocaban en las piernas y justo en ese momento nuestro shifu lo soltó:
-«En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos» -Dijo con voz grave y serena; después agregó-. Platón también lo dijo «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río» Mediten en ello.
Todos mantuvimos el silencio reflexionando en esas palabras y tratando de no ceder al ardor de los músculos llevados hasta el límite. Yo medité bastante en ello.
-Estamos cambiando antes, durante y después de entrar al rio; y el río también cambia. El agua que lleva el río no es la misma y las ideas o vivencias que llevo hoy conmigo no pueden ser las mismas que llevaré mañana.
Terminamos los entrenamientos y partimos a casa, pero yo continué pensando en lo que había dicho nuestro shifu, y por la noche, ya listo para dormir comprendí algo que me llenó de miedo:
Todo lo que nos rodea va a dejar de existir de la forma en que lo conocemos.
Vamos a morir. Los que amamos van a partir. Los tiempos van a cambiar.
Todo está cambiando y basta con echar un vistazo a nosotros mismo para darnos cuenta de que no somos la misma persona que fuimos. A los 5 años de edad amaba a las tortugas ninja, a los 10 dragon ball, a los 15 metallica, a los 20 todo lo que tuviera que ver con la carrera de comunicaciones, a los 25 mi vida se convirtió en mi hija y así podría seguir. No importa qué hagamos para evitarlo, no podemos detener el cambio.
Antes de caer en pánico también entendí que podemos hacer que las cosas cambien a nuestro favor o a favor de las personas que amamos.
Medité en mis acciones y sus consecuencias. Descubrí que muchas de las veces yo había cambiado el curso de todo, pero sobre todo, que yo había decidido el curso que había tomado mi vida. Esto puede sonar fuerte para muchos, pero es real: «Tenemos lo que nos merecemos. No más, no menos; sólo lo justo»
Observé (a la edad en la que la entrepierna te quema) que si algunos chicos (feos como monos) habían salido con las chicas más guapas era porque ellos habían hecho algo para que sucediera, y que si existían otros jóvenes con los que nadie se quería juntar se debía a que tenían un carácter muy pesado y eso les estaba cerrando muchas puertas.
Poco a poco, cada uno de esos muchachos, cambiaban las circunstancias (voluntaria o involuntariamente) para jugar en su favor, o en su contra.
Miraba a los más listos de la clase esforzarse por buenas calificaciones y seguro eso los llevaría a ganar más dinero que los que no se esforzaban en clase. Eso como consecuencia le daría a los listos más lujos y en determinado momento, sus hijos tendrían más oportunidades en la vida. Los otros tendrían que darse cuenta por la mala de que todo el tiempo se estuvieron metiendo el pie ellos mismo.
Comprendí que había cambios que no podríamos controlar, pero el entrenamiento (sentir arder todos los músculos del cuerpo y poder apartar la mente de un estado de ánimo negativo), sólo era para estar preparados. Preparados para abandonar la zona de confort. Para perder eso que temíamos perder y salir ilesos. Preparados para tomar las oportunidades y no dejarlas ir cuando pasaran frente a nosotros.
Nuestro shifu nos estaba preparando para los cambios que no pudiéramos forjar, pero que sí podríamos resistir.
Frecuentemente me encuentro con cambios que no están bajo mi control, pero trato de estar preparado para afrontarlos. Si en el camino voy a tener que lidiar con una separación, busco no ser una persona aprensiva. Si se presenta la oportunidad de crecer laboralmente, voy a contar con los estudios que respalden la decisión de elegirme a mí. Si mi sueño es conocer a mis nietos y salir con ellos a caminar por la playa; mis piernas, pulmones y corazón deberán estar en forma, porque todos los días le dediqué unas horas a mi cuerpo, no por estética, sino por salud.
Si alguna vez te has preguntado por qué tienes lo que tienes y por qué estás donde estás, no tienes que pensar mucho en la respuesta, pues esta es simple: tú tomaste todas las decisiones que te impidieron llegar más lejos. Pero no te preocupes, pues aun estas a tiempo de cambiar el lugar donde te encuentres en 5, 10 o 20 años, y el mejor momento para hacerlo es ahora.