Desde los tiempos de la psiquiatría clásica se conocen los fenómenos de contagio emocional de las diferentes patologías de la salud mental. Probablemente el más famoso hasta tiene nombre y es el “Folie à deux” o psicosis compartida. Este se presentaba cuando una persona extremadamente cercana a alguien que comenzaba con un episodio psicótico con ideas de daño muy estructuradas, lograba ser contaminado de las ideas por el paciente índice, y presentaba la misma sintomatología sin ser portador propio de un padecimiento psicótico.
Actualmente, con motivo de la contingencia de aislamiento en casa por el COVID-19 ha vuelto a cobrar importancia el concepto del contagio emocional. A mí, en particular, en mi trabajo de consultorio, me gusta decirle a mis pacientes que la depresión y la ansiedad son patologías que pueden “contagiarse” de personas muy muy cercanas, como por ejemplo, dentro del núcleo familiar.
En situaciones donde sabemos que hay enfermedades potencialmente letales, como la infección por el coronavirus, nos podemos y nos vemos expuestos a modificaciones esenciales en nuestros patrones de comportamiento. Muchas de estas no basadas en la lógica y en la ciencia, sino más bien, en ideas preconcebidas, rumores o conductas aprendidas. Probablemente el mejor ejemplo reciente, fueron las compras de pánico de papel higiénico, fenómeno que sólo estuvo basado en que en las fotos de los supermercados lo más notorio en el carrito de compras, eran los paquetes de papel higiénico.
Tenemos que estar al pendiente de que las decisiones y cambios en rutinas que decidamos implementar estén basados en las recomendaciones oficiales y basadas en hechos científicos, comprobables y que nos van a traer un beneficio claro y concreto. Así mismo hay que limitar nuestro acceso infinito a información de todo tipo de fuentes y a todo momento sobre la infección, orígenes, y posibles curas mágicas. Definan un horario, tiempo y fuentes claras de acceso. Aprendamos a escuchar nuestras propias emociones y sentimientos, especialmente en los momentos de estrés, si los reconocemos bien, vamos a poder activar los mecanismos correctos para sentirnos mejor; una herramienta llamada aprendizaje de emociones. En lugar de tan fácilmente decir “me siento mal”, hay que ponerle nombre completo a lo que experimento, con este simple paso, es mucho más fácil saber a que se debe y comenzar a encontrar el camino para solucionarlo.
No caigamos en la tentación fácil de actuar como los demás, reflexionemos nuestros comportamientos y conductas, y hagámoslas bien centrados en que es efectivo y representa lo correcto.
Dr. Edilberto Peña de León