Tengo un par de recuerdos sobre el punto de vista negativo por parte de la gente; trata de quién fui y cómo los demás querían cambiarlo porque para ellos eso no era normal. La gente suele creer que si algo no es normal entonces está mal.
En el primer recuerdo estoy una tarde calurosa en Ecatepec, jugando con los niños de la manzana. A ratos quemamos hormigas con una lupa y a ratos pateamos el balón de un niño resentido que no tarda en decirnos que se lleva su balón porque ya se aburrió, pero la realidad es que se lo lleva porque va perdiendo o porque simplemente no está luciendo en el juego. Nos da lo mismo, porque siempre podemos regresar con nuestra lupa a quemar hormigas.
Sólo estando a solas, Alfredo se comporta como una persona con sentimientos capaz de vulnerarse y tratarme como un igual, pero en cuanto llega alguien más, su actitud cambia y se vuelve el brabucón que se la pasa fastidiándome con cada cosa que digo o hago. Entre todas las cosas ofensivas que tiene para decir, su preferida es: «eres un alucín» Esa me encanta, porque para mí denota creatividad, pero para él y el resto de los niños, es graciosa e hiriente. Nunca me sentí herido por ello.
Más adelante se la cuento a un amigo de la primaria y muere de risa. Realmente creen que me describe a la perfección y la hace su nueva ofensa favorita. «Ya cállate alucín». Sigue sin molestarme ni lastimarme y por el contrario, comienzo a sentirme orgulloso.
En el segundo recuerdo me encontraba tirado sobre el suelo, muerto de risa y diciendo cosas sin un aparente sentido para los demás (ni siquiera para mi yo adulto actual, porque no las recuerdo con exactitud), pero para mí, en ese entonces, eran muy divertidas. Mi tía está en la cocina, a unos metros de mí, muy apresurada y haciendo algo que en ese momento es importante (tal vez la comida). Yo sigo riendo y hablando en el piso, hablando en voz alta. Al siguiente momento mi tía se acerca a mí y me dice con una molestia casi palpable:
–¡Ya deja de decir incoherencias!
Me detengo en seco y la risa abandona mi rostro, pero no por que tenga la intención de obedecer, sino porque ha dicho una palabra que no conozco y todas las palabras que no conozco siempre han atraído toda mi atención.
–¿Qué son incoherencias?
Ella regresa fastidiada a hacer lo que tiene que hacer. No está para responder con detalle una pregunta compleja a una mente inmadura, pero yo no me rindo y comienzo a insistir.
–Tía, dime –Ella me ignora o tal vez medita cómo decírmelo para que lo entienda–, ¡anda dime! ¿Qué son incoherencias?
Tas varios intentos, acerca su rostro al mío, me mira directo a los ojos y es ahí donde sé que mi persistencia ha rendido frutos. Me dice casi susurrando:
–Son pendejadas.
Es impresionante, pero no porque me diga algo así de hiriente, sino porque me doy cuenta de que no puedo darme a entender y de que todo lo que para mí es completamente comprensible, para la gente no lo es en absoluto. Ese es mi shock. No me puedo dar a entender. Funciono en una frecuencia propia.
No es hasta que llego a la secundaria que encuentro más personas como yo.
Descubro que lo que nos permite comunicarnos es que todo lo que escuchamos, lo podemos imaginar. La clave es la imaginación. Muchos de los niños y de los adultos que conozco por aquél entonces no pueden emplearla y nos etiquetan tachándonos de estúpidos y al final terminan por segregarnos. Pero ahí, incomprendidos por las mentes pálidas, Boyzo, Juancer y yo creamos nuestro propio sistema social. Poco a poco, estos otros imaginantes extraviados se nos van uniendo, hasta formar un grupo enorme. Nadie ríe como nosotros. Nadie se cuida tanto como nosotros nos cuidamos, porque sabemos lo duro que es ser excluido por tu forma de pensar. Poco a poco terminamos por contagiar a un grupo completo de esta energía que sólo los imaginantes tenemos para dar.
Hoy, a más de 15 años de todo eso, doy gracias a mi yo niño por haberse aferrado esa característica y nunca verla como un defecto, como todos querían que hiciera.
Hoy, el ganarme la vida depende completamente de esa imaginación ya educada a la que los adultos llamamos creatividad.
Creerle a alguien más algo negativo que dice de ti, es darle el poder para que decida quien eres.
Yordi Rosado