Cuando el ego no nos deja crecer

Kris Durden

Kris DurdenMario caminaba, pero ya no tan despreocupado como cuando tenía 19 años y creía que tenía todo el tiempo del mundo (porque en realidad así era), pero ahora a sus 29 primaveras las cosas se estaban complicando. Cuando terminó la escuela parecía que las oportunidades no iban a dejar de presentarse jamás y dejó pasarlas, pero no por holgazán, sino porque tenía en mente un objetivo muy claro: trabajar como director en una de las tantas casas productoras más representativas del país. Se había puesto la vara bien alta y la verdad es que no tenía razones para no hacerlo, pues era el alumno más destacado de su generación. Realmente tenía talento. A su vez, estaba Gabriel, que no era tan talentoso, pero tenía mucho corazón. Era común verlo llegar temprano a clases e incluso asistir a todos los cursos extras que llegaban a impartir en la escuela, pero con todo eso, sus proyectos no llegaban a ser tan buenos como los de Mario. Cuando terminaron la carrera de comunicaciones Gabriel observó como las propuestas de trabajo le llovían a Mario y a él, sólo se había acercado una empresa mediana en busca de un asistente de producción, sabía que eso iba a significar tirar cable por mucho tiempo, pero o lo aceptaba o comenzaba a trabajar en la misma empresa donde trabajaba sus papá y sus hermanos, que no estaba mal, pero eso no era lo que quería para su vida. No lo pensó tanto y casi de inmediato aceptó.
Mario supo que Gabriel había aceptado de tiracables en un intento de empresa y se alegró por él, pues también se enteró de que muchos de sus compañeros de generación ya estaban aceptando trabajos que no tenían que ver con lo que habían estudiado.
Lo primero que Mario hizo con su tiempo libre fue correr a preparar su currículum para presentarlo en las mejores productoras que conocía y en todas ellas fue bien recibido. Las personas de recursos humanos lo trataban bastante bien y muchas de ellas se entusiasmaron con la llegada de una promesa como él, pero en cada intento de estas empresas por ofrecerle un puesto como copy junior, switcher y hasta camarógrafo, pero siempre se negó empeñado en hacer realidad sus sueños.
Con el tiempo comenzó a hacer trabajos independientes, pero no como freelance, sino para él mismo, con su dinero y recursos para demostrarle a las grandes empresas que era capaz de eso y más. Lo menos que esperaba era una oportunidad como director de cámaras o realizador.
Los meses pasaron y la frustración de Mario lo enfermó de orgullo. Las propuestas no llegaban más, pero no le preocupó.
-Ellos se lo pierden –Pensó –. Pondré mi propia productora.
Juntó todo el equipo con el que se había hecho durante sus años de estudios y comenzó a buscar artistas para venderles diferentes ideas. Desde acompañarlos en sus giras (con todos los gastos pagados, más honorarios) para hacerles un documental, hasta pequeños videos para sus redes sociales. Esto resultó pero, pues muchos artistas se negaban argumentando que la idea no parecía ser sólida, pero muchos de ellos corrían con sus agencias de booking para al poco tiempo hacerla una realidad con su equipo. Ahora se sentía robado.
No supo cómo, pero se pasaron tres años. Sus padres comenzaron a presionar porque consiguiera un trabajo y comenzara a aportar a la casa, así que comenzó a aceptar trabajos de “artistas en potencia” (como Mario solía llamarlos) siempre asegurando que tenían bastante futuro en el medio de la música. Pronto miró que sus videos no eran tan buenos como los de muchos otros chicos más jóvenes que él, pero se lo atribuía a la calidad de sus viejos equipos, aunque la realidad es que había estado demasiado tiempo haciendo relaciones públicas para si mismo, que no se había dado cuenta de que el mundo se seguía moviendo en cuestión de la producción.
La ilusión de la productora duró años y aunque tuvo bastantes clientes, con el tiempo dejaron de ir con él, pues su equipo se volvió obsoleto.
Al final les dijo a todos en redes sociales que había llegado la propuesta que había estado esperando y que tendría que cerrar el negocio. La verdad es que hacía dos meses de que un cliente solicitara sus servicios.
Regresó corriendo a las productoras que cinco años atrás le habían ofrecido una oportunidad, pero las puertas se cerraron. Para los reclutadores, tenía la misma experiencia que había ganado en sus prácticas profesionales, pues en cinco años no había una empresa que pudiera respaldar las habilidades de las que hacía ostento.
Las cosas no pintaban bien y pronto terminaría por trabajar de tiracable, y eso si bien le iba.
Sentía el agua resbalar desde su cabello hasta la espalda y empaparle los calzoncillos. Con la mirada puesta en las puntas de sus pies, que no hacían más que pisar los frios charcos de agua sucia, pensaba que al fin había tocado fondo y no se podía explicar cómo el chico más talentoso de su generación terminó siendo el menos prometedor. No sabía que en el medio en el que había elegido encausar su vida, muchos consideraban que a los 24 años ya estabas viejo para la producción y que los únicos hombres de más de 40 años ahí, son los productores y realizadores. Él ahora tenía 27 años y estaba más lejos que nunca de cumplir su sueño. Sintiendo sus calcetines encharcados dentro de los tenis y perdido en sus ideas chocó con una persona. Era un salvavidas en medio de la tormenta. Su profesor de comunicaciones.
La siguiente semana ya estaba trabajando con él en el departamento de comunicaciones de la escuela y nunca se sintió tan feliz de tener una oportunidad para trabajar en algo que él amaba hacer. Reaprendió muchísimo y aprendió aun más de los alumnos.
Trabajando en la escuela se enteró de que Gabriel ahora era todo un realizador y bajo su mando tenía dos de los programas más populares de la televisión nacional. Se alegró muchísimo por él, porque ahora tenía una vaga idea de todo lo que debió de haber sacrificado Gabriel para llegar hasta donde estaba ahora. Recordó el día en que Gabriel aceptó un empleo de asistente de producción al que él depectivamente llamaba de tiracables y él se reusó a las oportunidades que le había ofrecido como switcher o camarógrafo.
Ya sin el ego como venda sobre los ojos se dio cuenta de todo lo que se había negado a ver y comprendió que había cometido muchos errores a causa del ego, pero aun no era tarde para comenzar desde el principio y hacerlo bien esta vez.

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